martes, 9 de octubre de 2012

Cuento: "Cara al Sol"


José Díez Lucas



sa noche las ramblas de la gran ciudad iban abarrotadas con gente de diferente raza, costumbres y oficios, una paella marinera con aromas del Mediterráneo y olores cautivadores de oriente. El hachís se consumía en todas partes: en los bares, en los parques, en la calle... La policía no daba demasiada importancia al asunto. Eran tiempos de libertad y de regreso a la democracia después de una larga dictadura. Los fumetas campábamos a nuestras anchas, quizá porque en tiempos políticos agitados, nuestra presencia no despertaba grandes temores. Los policías más viejos, que guardaban memoria de las crueldades de la guerra civil, miraban con cierta benevolencia los corrillos de jóvenes liando canutos a cualquier hora del día. Un ambiente variopinto, alegre y singular, donde beber y fumar era lo habitual. De vez en cuando, algún altercado salpicaba las reuniones, pero no solía pasar a mayores.

Aquella madrugada, los operarios del ayuntamiento podaban los árboles de las ramblas. Hacía frío, y la fauna bohemia y buscavidas se reunía en torno a las hogueras que se encendían. Nos acercábamos con las manos extendidas para calentarnos. Codo con codo, deambulantes, noctámbulos e indecisos, no sabíamos donde meternos.
Llegó un tipo raro. Era alto, fuerte, y trajeado de azul oscuro impecable. Se puso a mi lado. La mirada perdida en un punto de las llamas que le marcaban los músculos de las mandíbulas dándole aspecto de dictador trasnochado. De pronto, por encima del griterío de chulos, prostitutas, jugadores de dados, artistas bohemios..., atronó su voz cantando el “Cara al Sol”, al tiempo que vimos alargarse la sombra de su brazo derecho dibujando el saludo fascista.
En el corro se hizo un silencio expectante. Los empleados públicos lo observaron con recelo y cierta aprensión. Al poco se calló, y me miró con chulería..., -la luz de las llamas en las pupilas-; introdujo la mano en el interior de la chaqueta como buscando una pistola, y me espetó con voz autoritaria -Tú, canta el “Cara al Sol”-. Quedé paralizado. No podía pensar, aunque estaba seguro de que no iba hacer lo que pretendía. Lo miré fijamente a los ojos sin pronunciar palabra. Titubeó. Insistí con la mirada, intentando contagiarle el buen rollo que reinaba..., que tuviera calma, resignación... Dudó un segundo..., y fue lo que me “salvó”. El intruso no había causado el efecto previsto. Vaciló abatido. Aproveché para darle unas palmaditas en la espalda. Pobre diablo -tranquilo hombre... no pasa nada... cálmate, acércate a la lumbre..., ya verás cómo te sientes mejor. Se acercó al fuego cabizbajo, mirando al vacío. Enseguida dio media vuelta y se fue tan silencioso como había llegado. La tensión se esfumó al instante como el humo de la hoguera.


      
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