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domingo, 12 de abril de 2020

LA TORMENTA





1

No sé por qué estoy aquí. Esta tarde después de tomarme un cortado en el único bar abierto del pueblo, en donde las moscas apoyadas en la barra zumbaban esquivándose unas a otras, he vuelto a ver la nada. El callejón pedregoso que lleva al castillo tiene una mancha de color, que se derrama por el muro de una casa habitada por no sé quién, una mancha de flores naranja sin olor que aumenta mi clausura. 
  ¿Por qué en este pueblo casi nada huele? He plantado en los arriates de mi casa: seis rosales, un galán de noche y un limonero que está en un bidón de gasolina. Los rosales florecen tímidamente y no huelen, el galán de noche se murió este invierno con las heladas y el limonero sólo tiene una flor. Si olieran me sentiría menos abandonada.
  Son las cinco y cuarto de la tarde del 30 de mayo. La calle del Oro, se ha llenado de voces, abuelas enseñando astucia y niños gritando, saben que estoy aquí, dentro de mi casa, con mis flores sin olor, y mis cuadros inacabados, me pueden intuir tras el visillo, pero hace más de un años que nadie llama a mi puerta. Aún no sé por qué he decidido vivir aquí a pesar de que las flores en este pueblo no huelan y nadie me invite a una conversación. ¿Hasta dónde puedes llegar controlando la locura? Ahora los médicos la llaman borderline, una quimera más, la forma de vivir es tan múltiple como personas hay en este mundo. Llevo viviendo dos años en este pueblo de 300 personas y un río silencioso. Abandoné Barcelona, Madrid y tantas otras ciudades a las que no he vuelto. Ahora ya no puedo huir más, me he dado cuenta que no puedo escapar de mi, tengo que dejarme seducir a mi misma , necesito todo mi tiempo para escudriñar, devorar y disipar esa corrupción. 
 2
 La tormenta envuelve las casas del pueblo en un abrazo insalubre sometido al ruido de los truenos. La noche cae áspera, la luz intermitente de los rayos deja ver un taxi que para en la plaza, una infeliz figura se dirige a la casa. Y aprovechando un silencio del cielo, golpea con fuerza la puerta. 
 – ¿Que pintas aquí?
 Hacia mucho tiempo que no se acordaba de su cara blanca, pelo gris, su paso cansino y esa manera de mirar tan suplicante. Y ahora entre rayos y truenos aparecía de golpe. Todos los medios que había puesto en practica para desaparecer no habían servido de nada, allí estaba. Él sabia que le dejaría entrar. Esa educación cristiana que desde niña había horadado su espíritu, instalándose y marcando sus decisiones, ahora en ese instante sellaría el destino de los dos.
 3 
  Sus pisadas marcaron el suelo hasta el baño. Le siguió entregándole una toalla limpia, cómo si el tiempo no hubiera pasado, encendió el calentador y el rumor de la ducha se mezcló con los truenos.
– No tengo dónde ir 
 Esa fue su sentencia. Aquella noche las palabras no descansaron. El tiempo dejo de existir. Sólo sus voces puntearon las horas. 
-Nunca quise volver a verte, como tampoco quiero volver a mi infancia, ni a mi juventud, porque lo único que quiero es estar conmigo a solas, buscar en mi oscuridad, palpando mis pensamientos sigilosa, porque hace cincuenta años que no me quiero ver y ya es hora de dejar de huir. Y tú, tus monólogos, tu respiración, tu vida me lo han impedido los últimos treinta años. 
 El le ofreció un cigarrillo encendido. mientras las sílabas se perdían en el humo del café.
 -- ¿Te da igual, no? mis necesidades no tienen validez alguna comparadas a las tuyas. Tu actitud es tu mono-tema. 
-- Estoy muy cansado, me voy a dormir. Y me voy a quedar a vivir aquí digas lo que digas.
  El frío de la noche se instaló con un abrazo inesperado y con él los recuerdos de días pasados. Aquellas tardes nadando entre la aspereza de su amor y el abatimiento cotidiano. Con cada célula que se moría a golpe de tiempo, exigiendo al silencio que todo cambiara. Pero el silencio no escuchaba sus gritos. Más bien se empecinaba en que viviera lo mismo día tras día, año tras año. 
 Son las cuatro de la mañana y la tormenta insiste, no quiere marcharse de este pueblo y su río silencioso. El está dormido y yo tengo que tomarme una thiothixene. Llevo muchas capsulitas azules tomadas, el médico machacón "tómatelas, mientras haya capsulitas para que sufrir". Pero aún no es el momento. 
 4 
 El calor revolotea. El bar solitario sin aire acondicionado me garantiza un cortado muy caliente. Me espanto las moscas mientras miro el sobrecito de azúcar, siempre se le olvida ponerme dos, el camarero tiene bastante con el fútbol, yo no le intereso. 
 Vuelvo a través de la plaza hacia el callejón pedregoso que conduce al castillo donde una mancha naranja me golpea los ojos, las flores me llaman con su color, pero las desdeño enfilando la calle del Oro hasta mi puerta. Y allí en mi patio es dónde quiero estar porque ahora las rosas huelen, el galán de noche ha renacido y el limonero se cae de flores.
 Lo más difícil fue meterle en la bañera, las thiothixenes habían hecho efecto. Con el grifo abierto tardé poco tiempo. Las partes duras están en el río silencioso y su carne bajo mis flores que me regalan el olor que disipa mi soledad. Cómo él quería, se ha quedado en el pueblo. Ahora sé porque estoy aquí. 
 Son más de las cinco de la tarde del 20 de junio. 
Pinturas y texto:
 María Mathamel
Web de la autora

miércoles, 16 de abril de 2014

El Páramo


Foto:Pedro Torres
El miedo con el que te enfrentas al folio en blanco. Esa mezcla de cualquier cosa puede ser, la adrenalina que se dispara y las ganas de vivir. Sólo se escribir con el alma, sólo así puedo caminar.
A veces me sorprenden las dudas y me hacen reír, es divertido ver como en ocasiones me siento con derecho a dudar, como si toda la vida fuera mía, como si cada segundo no fuera una condescendiente concesión, un “agárralo ahora que puedes, no sea que mañana no tengas manos”… y yo me río. Siempre me río cuando tengo miedo, me ayuda, parece que así el amargo sabe distinto. No puedo evitar el dolor, eso no es posible para nosotros los humanos, así que visto mi rostro con la mejor sonrisa que tenga en el armario en ese instante, es lo más que puedo hacer, ¿qué menos?.
Camino por el páramo siguiendo la voluntad de mis pies, ellos saben más que yo, ya han andado mucho, no tanto en ésta como en otras vidas, yo no recuerdo nada y sólo me queda confiar.
Me alejo de lo que conozco, de mi, de ti, de mi casa, de tu casa, del caminito que recorrí todos los días buscando aventuras más allá de mi rincón. Mis calles, tus calles, todo aquello que nació y murió, o tal vez no, porque nada muere, eso dicen, yo ya no sé que pensar.
Mi mar, tu mar, mis montañas y las tuyas, también me las llevo conmigo allá donde vaya porque ya no se pueden sacar de aquí dentro, estarán para siempre en mi y eso no lo elegí yo, la tierra me eligió a mí, fue ella la que me trajo hasta aquí. Me ha visto morir y resucitar tantas veces que ahora que me marcho es ella la que sonríe.
Cada vez me duele más escribir… esta terrible manera de abrirme en canal…

Volveré.
Regina Zerené

martes, 25 de junio de 2013

Es natural


Samot
Verter en el vaso lo que queda de la copa de anoche, verterlo por si más tarde tienes sed.
A veces pasa que desdeñas lo que queda en el fondo del recipiente porque “total es poco” y resulta que luego lo echas en falta, cuando el poco hubiera sido bastante como para saciar la escasez del cajón. Recuerdas el preciso instante en que derramaste los restos por el desagüe de la cocina confiada en que mañana sería otro día, pero hoy ya es mañana, y se parece mucho al día de ayer. ¿No te ha pasado nunca?.
No hace falta que respondas, es obvio que sí, es natural. No somos tan distintos, aunque a veces creas que la distancia entre tu y yo es bastante grande como para diferenciarnos, pero ese aire que viaja en el agujero negro que habita entre tu piel y la mía, únicamente está ahí para distinguirnos. No sea que la costumbre o el hábito termine por confundir o desenfocarnos, y nos veamos a nosotros mismos como pixelados, borrosos dentro de nuestras propias miserias.
No sé escribir si no es desde las entrañas, es un gran defecto. No puedo evitar desnudar las cicatrices cada vez que sopla el viento desde esa ventana. Es imposible domar el alma cuando no se tiene ninguna intención de hacerlo. 

Regina Zerené

martes, 21 de mayo de 2013

Isla Dromedaria



A Fernando Torres Hernández in memorian

Muerte, atenazas traicionera
la luz de la mañana y escondes
las manzanas verdes del amor
para imponer por la fuerza
tu oscura pestilencia, tu presencia
temida. No esperes que te de
por buena, cuando disparas
sobre el pecho de un inocente
tu gélida bala de eternidad somera.

foto: Pedro Torres
Hoy me enteré que ha muerto Carson, el último Hippi auténtico llegado a Isla Dromedaria desde California, le veía siempre con su cesta de mimbre ir al mercado, de largo pelo muy rubio y arrugados ojos azules evocaba un pasado lleno de música progresiva, folk o rock, LSD y marihuana, tenia una memoria muy selectiva que solo le permitía retener en ella los rostros de las mujeres jóvenes y hermosas, las otras simplemente éramos invisibles para él.
Tenia unos 60 años cuando apareció el cáncer, desistió de usar quimio o radioterapia, no quiso luchar, me enteré hoy pero hace más de dos años que partió a otra realidad, una Arcadia llena de jovencitas hermosas sin ninguna duda.
Las últimas veces que le vi estaba en el bar de la esquina, solo en una mesa con aire tristón, me fijé que tomaba vino, luego salió fuera a fumar. Genio y figura.
Vivo en Isla Dromedaria sin saber muy bien cómo he llegado hasta aquí, la fundación de la ciudad más importante Dromedaria City se remonta a los locos años veinte cuando un grupo de artistas autóctonos junto con algunos venidos de fuera se asentaron en el Valle de la Región Putrefacta, llamada así por estar a los pies de una gran colina bordeada por su frente por un enorme pantano, en cuya rivera crecían amapolas silvestres, las hierbas del diablo y tréboles de cuatro hojas.
Roque, el más viejo del lugar, descubrió que ese valle lleno de flores silvestres, barrizales y croar de ranas era un lugar muy idóneo para su plantación de marihuana, pensado y hecho.
Aquí tenemos todo lo que necesitamos, sobre todo los de mi generación que estamos cauterizados en alcohol desde el principio de los tiempos, Isla Dromedaria es también llamada Isla Espejo porque todos los hombres y mujeres que arribaban a ella terminaban viéndose a si mismos y quienes no soportaban una visión tan lúcida se arrojaban por un desfiladero del océano para ahogarse en una agonía liquida y ser arrastrados de nuevo a la isla por las olas, después se les daba otra oportunidad, despertaban como de un largo sueño sin recordar nada y al volver a mirarse de nuevo a si mismos reflejados en la isla aprendían a tener paciencia con ese ser torpe y vengativo que les devolvía el espejo y era en ese punto donde empezaban a vivir y a conocer las disciplinas básicas de la isla, una de ella domesticar los relojes que habían traído del Continente, alcahuetes y apremiantes, relajarlos y volverlos más humanos, más acordes con los latidos del corazón.
Hoy me siento como si hubiera tenido un amanecer de ortigas, la isla despierta inquieta. Carson había tocado con Frank Zappa, Jimmy Page, Creedence Clearwater Revival y muchos más en giras que le llevaron a recorrer los Estados Unidos, para acabar aquí en el atlántico, en la única isla donde cualquiera que se acerque por el bar Varsovia puede hablar con el pescador que fue salvado por una sirena él te lo cuenta con mucha naturalidad, Elena vio un reportaje en el Discovery Channel que hablaba de sirenas encontradas por pescadores, ella siempre creyó en sirenas, mucho antes de conocer al pescador o de ver el Discovery Channel incluso mucho antes de que existiera el Bar Varsovia que después de las doce cierra sus puertas y nos deja fumar porros a quienes quedamos dentro.
En Dromedaria hacia tiempo que parecía que no ocurría nada, hasta que se estrelló aquel meteorito contra la cúpula de cristal de la plaza, cúpula que había construido el arquitecto Piero Bazan un loco italiano que llegó a la isla huyendo del paisaje devastado que dejó el terremoto de Sicilia, Piero no podía soportar la visión de las estructuras construidas por los hombres diezmadas en el suelo, sufrió una conmoción muy grande generándole una profunda depresión, aconsejado por su psiquiatra se enroló en un barco de mercancías que se dirigía a Cartagena de Indias, pero los mareos y ese personaje azul inquietante que era el océano propiciaron que en la primera escala del barco en Isla Dromedaria saliera a tierra y se quedara con nosotros y nosotras.
Aquí conoció a Rosario cuya madre era un monstruo , una serpiente venenosa que le decía desde muy pequeña que hubiera sido mejor parir una rata en lugar de parirla a ella.
Rosario había llegado a Isla Dromedaria procedente de Estocolmo con un viejo que había contratado sus servicios como meretriz a tiempo completo, tardó cuarenta y un año en perder la virginidad, se la vendió a este excéntrico norteamericano afincado en Suecia donde Rosario había recalado como asesora legal de la empresa norteamericana para la que trabajaba, el viejo estaba muy enganchado a la marihuana y cuando le detectaron una enfermedad degenerativa decidió terminar sus días con Rosario en Dromedaria City.
Después de morir el viejo Rosario y Piero comenzaron una tórrida historia de amor y en esas andan actualmente.
En Dromedaria City nos afanamos en cosas inútiles y absolutamente banales por regla general, cosas como sacudirle los pelos de gato a un viejo y horroroso abrigo, de pronto es esa tarea y no otra la más importante de nuestra vida.
Hoy, sin ir más lejos, pasé largo rato observando a mi vecina desde la ventana, sacudía la chaqueta de su hijo yonqui, como si logrando que desaparecieran los pelos de la mascota adheridos a la chupa se obrase el milagro de la resurrección, vi con lágrimas en los ojos como trataba de encontrar cierto orden dentro del caos del hijo para tratar de reconducirlo, pobre mujer, se le olvida que en Dromedaria no es posible resurrección alguna. Aquí solo abundan los perfiles emboscados tras alguna mampara o celosía de balcones y ventanales, siempre al acecho de la vida alrededor.
En Dromedaria igual que en otros muchos lugares hay terrazas donde camareros vestidos de pingüinos sirven cócteles muy rebajados de alcohol a hombre y mujeres de edades avanzadas que emplean su tiempo en bailar ritmos picantes, latinos en su mayoría, estos lugares están habilitados para el ocaso de los sexos, de las vaginas resecas y los penes fláccidos, viéndoles recuerdo que cada minuto que pierdo deseando que pase rápido por anhelar cualquier suceso por venir, nunca más lo voy a poder vivir, lo pierdo definitivamente, debo terminar con los planes y los futuribles, vivir un presente perpetuo, para que no se escape la vida como el hilo de agua que se malgasta en los grifos mal cerrados y que gotean golpeando la cerámica haciendo un ruido enervante.
Enciendo la radio como cada mañana y me entero por las noticias que se aproxima una tormenta borrascosa, se han activado todas las alertas, el fiero oleaje aconseja no acercarse mucho a la orilla del mar y protegerse del viento que amenaza con enajenar a los pocos cuerdos que pudieran quedar en Isla Dromedaria. Si los hubiera.
Juana Santana

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Confesiones de alguien como yo

Brotaba la sangre a borbotones, miraba aquello con asco y satisfacción, era yo y no otro quien lo hacía. Quería que fuera rápido así que busqué su cuello con la punta del cuchillo. Lo clavé pero no era suficiente, tuve que cortar como quien le corta la cabeza a un pollo, aquel gran cuchillo de cocina casi no tenía filo, fue desagradable, pero no podía parar, aquel pequeño y abominable cuerpo continuaba moviéndose. ¡Que asco! _pensé
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Regina Zerené

martes, 16 de octubre de 2012

Misty Blue

Me obsesiona como sacar toda esta mierda de dentro, siento la necesidad de expulsarlo de mi cuerpo, respiro hondo y pienso en escribir. Escribir me duele, doy marcha atrás y me trago la pelota de basura que tenía en la garganta. Un día tras otro, una noche tras otra las ganas de gritar. A veces canto, así las lágrimas bajan solas. Suena Misty Blue de Etta James, resuena en las paredes de mis arterias, lloro y pataleo, me arranco la piel a tiras y con ella empapelo la pared. Contemplo todo aquello como si fuera un lienzo, intentando encontrarle un sentido, mientras mi cuerpo que está sin cuero, en carne viva, espera resignado una tregua para existir. Miro a mi alrededor y siento asco de mi misma, lástima del género humano.
Nunca comprenderé que te quedaras ahí, impávido, sin ni siquiera mirarme, entendí que no te importaba y eso me dolió, aún hoy sigue doliéndome. Me quedé de pie frente a tu mesa esperando una respuesta, una palabra, cualquiera, pero ni siquiera levantaste la mirada. Hubiera preferido que me escupieras, la verdad, cualquier cosa menos tu silencio.
Decidí salir de ahí lo antes posible, ya había perdido bastante. No sé si eran más las palabras que me quedaron por decir o las que aún espero oír. No lo sé, tampoco lo sabía en ese instante, ni me importaba, sólo quería salir de tu cubículo.
Recorrí el camino inverso que me había llevado allí, sin mirar atrás, sin mirarte, queriendo obviar que ahí estabas, intentando ignorar que eras tú el que no miraba. Mejor salir pronto, ya vería más tarde lo que haría con aquel desaguisado, lo que pudiese, ni más ni menos.
Cuando llegué a casa atrapé las palabras, tanto las unas como las otras, las que no me atreví a decir y las que no llegué a escuchar, todas. Las metí en un bote con formol, por si mañana o pasado o tal vez la próxima semana queríamos hacer como que nada había ocurrido. ¡Cuan inocentes podemos llegar a ser! alargamos las esperanzas para ahorrarnos el trabajo de soltar, de tirarlas por el water. Así soy yo, no tu.
El bote de formol sigue aún en la estantería esperando que lo destapes, porque eres tú quien debería hacerlo, si quisieras, no esperes que lo haga yo por ti, es tu deuda, no la mía. Pero recuerda que incluso las deudas prescriben, porque la memoria cuando quiere no sólo es débil sino caprichosa también.
Escribir me duele, subo un poco más el volumen, cantar también me duele, ya está acabando la canción. Miro la pared, veo mi piel de gallina mientras acompaño en carne viva a Etta y me inundan las ganas de vivir, la pelota del estómago se mueve, parece que vibra…oh love! My whole world turns misty blue!.
Mi pensamientos se alejan, el formol es un líquido curioso, es extraño lo que es capaz de hacer, las palabras nadan esperando una salida al mar, es cruel lo que les hago…, y me río de mi misma.
Regina Zerené

martes, 9 de octubre de 2012

Cuento: "Cara al Sol"


José Díez Lucas



sa noche las ramblas de la gran ciudad iban abarrotadas con gente de diferente raza, costumbres y oficios, una paella marinera con aromas del Mediterráneo y olores cautivadores de oriente. El hachís se consumía en todas partes: en los bares, en los parques, en la calle... La policía no daba demasiada importancia al asunto. Eran tiempos de libertad y de regreso a la democracia después de una larga dictadura. Los fumetas campábamos a nuestras anchas, quizá porque en tiempos políticos agitados, nuestra presencia no despertaba grandes temores. Los policías más viejos, que guardaban memoria de las crueldades de la guerra civil, miraban con cierta benevolencia los corrillos de jóvenes liando canutos a cualquier hora del día. Un ambiente variopinto, alegre y singular, donde beber y fumar era lo habitual. De vez en cuando, algún altercado salpicaba las reuniones, pero no solía pasar a mayores.

Aquella madrugada, los operarios del ayuntamiento podaban los árboles de las ramblas. Hacía frío, y la fauna bohemia y buscavidas se reunía en torno a las hogueras que se encendían. Nos acercábamos con las manos extendidas para calentarnos. Codo con codo, deambulantes, noctámbulos e indecisos, no sabíamos donde meternos.
Llegó un tipo raro. Era alto, fuerte, y trajeado de azul oscuro impecable. Se puso a mi lado. La mirada perdida en un punto de las llamas que le marcaban los músculos de las mandíbulas dándole aspecto de dictador trasnochado. De pronto, por encima del griterío de chulos, prostitutas, jugadores de dados, artistas bohemios..., atronó su voz cantando el “Cara al Sol”, al tiempo que vimos alargarse la sombra de su brazo derecho dibujando el saludo fascista.
En el corro se hizo un silencio expectante. Los empleados públicos lo observaron con recelo y cierta aprensión. Al poco se calló, y me miró con chulería..., -la luz de las llamas en las pupilas-; introdujo la mano en el interior de la chaqueta como buscando una pistola, y me espetó con voz autoritaria -Tú, canta el “Cara al Sol”-. Quedé paralizado. No podía pensar, aunque estaba seguro de que no iba hacer lo que pretendía. Lo miré fijamente a los ojos sin pronunciar palabra. Titubeó. Insistí con la mirada, intentando contagiarle el buen rollo que reinaba..., que tuviera calma, resignación... Dudó un segundo..., y fue lo que me “salvó”. El intruso no había causado el efecto previsto. Vaciló abatido. Aproveché para darle unas palmaditas en la espalda. Pobre diablo -tranquilo hombre... no pasa nada... cálmate, acércate a la lumbre..., ya verás cómo te sientes mejor. Se acercó al fuego cabizbajo, mirando al vacío. Enseguida dio media vuelta y se fue tan silencioso como había llegado. La tensión se esfumó al instante como el humo de la hoguera.


      
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jueves, 8 de marzo de 2012

Sin destino


  Otra pequeña brisa que llega hasta mi olfato, proveniente del portal que genera estruendo al ingresar otro condenado. Una turbia sensación fría y grisácea con aroma a encierro más que a libertad. Invadiendo mis dos únicos sentidos y sentenciándome a otro ciclo cumplido en este andurrial. Así mido el tiempo, porque no puedo ver el día o la noche. Mi etéreo cuerpo se siente pesado, y desganado. El infinito tiempo es más frustrante que el perpetuo lugar. Pues no estoy encerrado, más bien perdido en un desierto sin fin, que en lugar de tinieblas posee una abundante luz, tan radiante que me cegó los ojos del alma hace muchas brisas. Vago sin rumbo y a veces me estanco.
  Un castigo corporal y doloroso sería menos humillante, que la eterna soledad de moverse sin tiempo y espacio. Otra brisa que se oye a lo lejos. ¿Por qué no puedo advertirlos? si ellos están condenados al mismo sitio. Mis pensamientos son cada vez más humanos, como alguna vez lo fui. Sigo desplazándome por el desierto, sin convicción aparente de que encontraré algo, o nada. Aquí estoy en un mundo infinito, encerrado, donde los límites no terminan ni en millones de brisas trasladándome, y dónde éstas no se hacen más claras o más lejanas. Pues siguen allí, perturbándome, como si no me hubiese movido nunca y tan sólo lo imaginara. No siento dolor, ni sed de venganza. 

  No percibo paz ni puedo palpar el camino. No veo, y tan sólo olfateo y oigo el susurro latente de una corriente, que marca mi indefinido tiempo y me tortura más y más con su insignificancia. ¿Qué más tormento que la ignorancia total, no del mundo, sino del universo entero? Si alguna vez puedo salir de aquí será por alguien más. Y eso es aún más degradante que mi interminable destino de desdicha. Otra brisa más. Es la tercera. Se ha cumplido un día más en esta prisión. Y continuo deambulando, pues ni siquiera tengo el don del agotamiento. Sólo de mi rutinario caminar sin fin.
Marinyo Adorian
http://marinyo-adorian.blogspot.com/

La Candelaria de Adeje

                                                                                                  Fernando Herráiz Sánchez.                 ...

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