Sección dedicada al comentario de la actualidad económica.
Por F. Herráiz
“No sabemos lo que pasa, y eso es lo que pasa”
J. Ortega y Gasset10 de Febrero de 2012. Hoy hablamos de:
Allá por el
otoño de 1992 Bill Clinton, joven y telegénico gobernador de
Arkansas, aspiraba a convertirse en presidente de Estados Unidos.
Para lograrlo, debía derrotar en las urnas a George Bush padre. La
empresa parecía harto difícil, pues el presidente en ejercicio
acumulaba un impresionante currículo en política exterior: había
visto caer el muro de Berlín, y obligado a morder el polvo al
archienemigo iraquí.
James
Carville, estratega del Partido Demócrata, comprendió que debía
centrarse en los puntos débiles del rival, e ideó una tabla de
eslóganes para uso interno de la candidatura. ¡Es
la economía, estúpido! fue uno de ellos. La
expresión hizo fortuna y se convirtió en el lema oficioso de la
campaña de Clinton.
Tras su
inesperado triunfo, la frase adquirió ribetes de profecía o
premonición, perdió gran parte de su carga ofensiva, y su uso se
extendió para describir todo tipo de situaciones en las que se
cometen errores de bulto, o se presta atención al detalle y se
olvida lo fundamental.
El 27 de
marzo de 2007, el presidente del gobierno del Reino acudió a un
programa de televisión. Se le preguntó si llegaríamos a los 3
millones de parados. Rodríguez Zapatero esbozó una sonrisa, y dejó
bien claro que “de ninguna manera entraba en
las previsiones del gobierno”. En aquel
año proliferaban las sonrisas.
Más o menos
por las mismas fechas, Santiago Niño Becerra, economista catalán
entonces poco conocido, acudía a otro programa y vaticinaba que
pasaríamos de los 5 millones. La afirmación fue recibida por sus
contertulios, todos expertos en la cosa
economía,
con aspavientos y carcajadas contenidas.
Ya bien
entrado 2009, el gobierno hubo de reconocer que la situación era
grave. Rodríguez Zapatero ya no sonreía. La oposición y la
ciudadanía le reprochaban no haber visto venir la crisis, y manejar
datos y previsiones económicas fantasiosas.
Nadie nos
avisó, respondió el presidente, y el Reino
se quedó (o debió hacerlo) con la boca abierta. Lo cierto es que no
mentía. Nadie nos avisó. Y
cuando decimos nadie
nos referimos a aquellos que debieron hacerlo: el FMI, la FED, el
Banco Mundial, la OCDE, la Comisión Europea, el BCE, el Banco de
España, la CNMV, las agencias de calificación, los centenares de
fundaciones y gabinetes de estudio de bancos, cajas de ahorro,
aseguradoras.., y por supuesto el gobierno del Reino.
Hoy, la
mayoría escurre el bulto y apoyándose en uno u otro informe ambiguo
(todos lo son en cierta medida) se apuntan al ya
lo decía yo. Pero la verdad a pies juntillas
es que lo que se nos vino encima no fue anunciado por ninguna de las
instituciones económicas encargadas de hacerlo.
¿Qué
ocurrió? ¿Cómo fue posible un error de tal magnitud? Y..., ¿qué
dicen los protagonistas del desaguisado?
En general,
se ha pasado de puntillas sobre tan comprometedor asunto, pero alguna
explicación había que dar. Y se han ofrecido dos:
La
economía no es una ciencia exacta. Es la que
se ha transmitido al gran público, y sin ánimo de hacer sangre,
suena a excusa de patio de colegio. Porque una cosa es equivocarse en
unas décimas en tal o cual previsión, prever las consecuencias de
súbitas guerras, conflictos políticos o accidentes financieros
localizados, y otra bien distinta, asumir y pregonar a los cuatro
vientos que la economía mundial va en una dirección, cuando en
realidad va exactamente en la contraria.
La segunda
explicación, reservada a ambientes más especializados, afirma que
efectivamente, en determinadas instancias (léase bancos de inversión
y agencias de calificación principalmente) se sabía o al menos se
intuía que el estado de la cosa económica era insostenible, pero
los que estaban en el ajo ganaban tanto dinero
que lo dejaron correr...
Esta versión
suele tranquilizar a muchos, pues se identifican unos culpables (los
malditos especuladores) y una causa: la codicia y la infinita avidez
de riqueza.
La infinita
avidez es por definición mala, y los
especuladores, ya se pueden imaginar... Bien, ya sabemos cuál es la
causa de las penurias que sufren millones de ciudadanos del mundo.
Sin embargo..., la pregunta no era ¿quiénes son los culpables?..
sino ¿por qué no se vio venir la crisis?
Veámoslo
más de cerca. Solo el gabinete económico de La Moncloa cuenta con
un centenar de economistas. El FMI con más de 3000, el Banco Mundial
y la OCDE con cantidades similares...si añadimos el resto de
instituciones mencionadas...nos salen muchos, muchísimos economistas
perfectamente cualificados..., ¿estaban todos conjurados en un pacto
de silencio? Aunque salta a la vista que se trata de un gremio
extraordinariamente gregario, es difícil de creer... ¿Entonces...?
Quizá les ocurrió algo semejante a lo sucedido a Mr. Bush en las
elecciones del 92.
Para situar
el problema, repasemos las repuestas que han ofrecido las principales
corrientes de pensamiento económico a la pregunta de ¿por
qué estamos en crisis?
Liberal-Conservadora.Esta corriente (la más influyente) no ha hecho un intento mínimamente serio de explicar a la ciudadanía las razones del cambio de ciclo. Más bien se ha limitado a acuñar eslóganes. El más exitoso: estamos en crisis porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.Socialdemócrata.Su vocero más conocido es Paul Krugman. Estamos en crisis por la falta de regulación de los mercados. Esto ha llevado, entre otras cosas, a una política crediticia suicida.Izquierda.Minoritaria, pero política e ideológicamente en ascenso. Estamos en crisis a causa del aumento de la desigualdad en la distribución de la propiedad y las rentas. Su origen se remonta a los primeros 80, cuando comenzaron a materializarse las políticas neo-liberales que han drenado la capacidad adquisitiva de los trabajadores, propiciando una disminución continuada de la demanda.
¿Quién
lleva razón? Para intentar averiguarlo, probemos a introducir un
elemento soslayado, o al menos infravalorado, por las tres
corrientes.
Si se
utilizase la tecnología disponible en 2000 para producir el mismo
volumen de bienes y servicio que en 1975, los trabajadores necesarios
se reducirían en los siguientes porcentajes:
OCDE -35%
Asía Meridional -48,5%
Asia Orienta -50,6 %
América Latina -22,5
África Subsahariana -23,51
Estas cifras
ponen de manifiesto algo de sobra sabido: toda
innovación tecnológica introducida en el ciclo económico tiene
como objetivo reducir el tiempo de trabajo necesario para la
producción de un bien o servicio. O lo que
es lo mismo, destruye puestos de trabajo.
Podríamos
poner infinitos ejemplos2,
pero basta echar un vistazo alrededor, fijarse en la manera en que
hoy se hacen las cosas, y compararla con la de 20 años atrás. El
contraste es notable, aún asumiendo que el grueso de los cambios
pasa desapercibido al gran público, pues se realizan en el seno de
las empresas. En su mayoría se trata de pequeñas o ínfimas
innovaciones que automatizan, simplifican o aceleran alguna etapa de
los innumerables procesos productivos utilizados hoy en día.
Junto a
estos avances acumulativos, de cuando en cuando ocurren autenticas
revoluciones tecnológicas que trastocan las bases mismas de la
producción (petróleo, electricidad, telégrafo, informática,
internet, código de barras,...) y aceleran vertiginosamente la
sustitución de seres humanos por máquinas.
No les quepa
duda de que en este preciso instante miles de mentes de todo el mundo
están estudiando la manera de abaratar y
aumentar la eficacia
de cualquier actividad imaginable.
Pero la
tecnología no solo avanza que es una barbaridad, sino también se ha
extendido bárbaramente. En el siguiente mapa se señalan los países
en los que se producían automóviles en 1967.
Es claro que
en vez de automóviles podríamos referirnos a infinidad de productos
industriales. La ventaja tecnológica de occidente es cada vez más
exigua, quedando reducida a sectores como el militar, aéreo-espacial,
biotecnología, nuevos materiales, nanotecnología, maquinaria de
precisión..., y poco más.
Como
decimos, esto es perfectamente conocido y ningún economista, sea
cual sea su tendencia lo niega, pues las cifras son apabullantes.
Ahora bien,
el fenómeno se suele encarar argumentando de la siguiente manera: de
acuerdo, la tecnología destruye puestos de trabajo en la agricultura
e industria, pero los crea en el sector servicios. ¿Es
eso cierto, o se trata de otro mito de
economistas? Veamos. El siguiente gráfico
refleja la evolución de la población ocupada en USA en el último
siglo.
Fuente:
OCDE.
Como se ve,
el porcentaje de trabajadores del sector primario ha caído
drásticamente, convirtiendo esta actividad en casi puramente
tecnológica. Por su parte la industria
aumentó su peso relativo hasta los años 80, momento en que inicia
un suave declive. Y efectivamente, el sector servicios ha
experimentado una monumental escalada. Parece pues, que la hipótesis
de la neutralidad de la tecnología en relación al número absoluto
de puestos de trabajo se confirma. Ahora bien, lo relevante consiste
en preguntarse si el sector servicios compensa
la totalidad
de los puestos de trabajo destruidos en agricultura e industria.
Para
saberlo, comparemos el valor del total de lo producido en USA a
partir de 1980 con el volumen de la población involucrada en dicha
producción.
Fuentes:
Banco Mundial. Bureau of Labor Statistics.
Elaboración Propia.
La
horquilla que forman ambas líneas tiende a abrirse. Esto significa
que para producir la misma cantidad de bienes y servicio, se precisa
cada vez menos mano de obra.
Es decir,
que en la patria y vanguardia de la
informática, internet, video juegos, telefonía móvil, redes
sociales, bio-tecnología, nano- tecnología, aéreo-espacial, nuevos
materiales. De los innovadores, los empresarios imaginativos,
visionarios, emprendedores, filántropos, capitalistas compasivos.
De las fundaciones, bancos solidarios y corporaciones comprometidas
socialmente..., la tecnología está
destruyendo más puestos de trabajo de los que crea. Lo
cual no tiene nada de raro, pues precisamente ese es su objetivo.
Visto con
algo más de detalle, la incapacidad del sector servicios para
absorber los excedentes de fuerza de trabajo se acelera a partir de
mediados de los 80, coincidiendo con el desembarco masivo de la
informática y la explosión tecnológica en Asia.
Añadamos
una última consideración, también conocida y admitida por la
mayoría de los economistas: en un sistema de
libre mercado moderno, solo se produce aquello que se puede consumir.
O más exactamente, aquello que se puede vender. De donde se sigue
que la capacidad de consumo determina la cuantía de lo producido, y
no al revés.
En términos
teóricos, los liberal-conservadores
defienden la ley de Say, que
afirma que todo bien o servicio producido crea una demanda
equivalente a su valor. Pero en la práctica, olvidan el postulado y
admiten implícitamente la primacía esta última.
Esto se
evidencia en una de sus recetas favoritas: cuando un país o zona
económica entra en recesión, debe aumentar su competitividad
a toda costa, es decir, debe conseguir más
demanda para sus productos, pues es la única
manera de crecer. En definitiva, la demanda es la que finalmente
mueve la economía.
Ahora bien,
ocurre que tal demanda precisa de un consumidor final que cierre el
ciclo productivo, y resulta que en los países desarrollados, entre
el 70% y el 80% de los consumidores son trabajadores asalariados.
Luego, el volumen de lo producido y por tanto el crecimiento y la
salud de la economía, depende principalmente de la capacidad de
consumo de los trabajadores, o lo que es lo mismo, del nivel de los
salarios.
Bien,
reuniendo los aspectos tratados, podemos comenzar a construir un
relato verosímil de los orígenes de esta
crisis.
La
tecnología disminuye las necesidades globales de mano de obra. Este
proceso se agudizó a partir de la década de los 80. En un sistema
de libre mercado, la fuerza de trabajo es una mercancía como otra
cualquiera, sometida a las leyes de oferta y la demanda, luego..., su
valor debió de disminuir. ¿Ocurrió así realmente?
. Fuente:
INSEE
(2006), Comisión Europea (2007), FMI (2007)
Michel
Husson. La
subida tendencial de la tasa de explotación.
El gráfico
anterior muestra la evolución de las rentas del trabajo en relación
al PIB en los países de la Unión Europea y el G7. Es una suerte de
radiografía que refleja el declive relativo de los salarios en el
mundo desarrollado. En torno a 1984, se cruzó en sentido descendente
la línea del 65%, cifra que funciona como indicador de futuras
dificultades.
Si como
hemos señalado, el volumen de la producción depende en última
instancia del nivel de salarios, a partir de los 80, el PIB de los
países mencionados debería haber disminuido, cosa que no sucedió.
¿Cómo fue esto posible? En siguiente gráfico nos aclara el
misterio.
Fuentes:
OCDE. Cecchetti,
Mohanty and Zampolli. The
real effects of debt.
Esta fue la
evolución de la deuda contraída por familias (+600%), empresas
(+310%) y estados (+440%) en los países de la OCDE. La conclusión
es clara: a los trabajadores
se les pagó
relativamente menos, pero se les permitió
endeudarse mucho más.
Así se
salvó el consumo, y por tanto la producción, y... se consiguió
crecer.
El relato
completo queda pues de la siguiente manera:
-El avance y extensión de la tecnología implican una reducción mundial de la necesidad de fuerza de trabajo.
-El avance y extensión de la tecnología implican una reducción mundial de la necesidad de fuerza de trabajo.
-Esto ha
supuesto un descenso de su valor, y por tanto de la capacidad
adquisitiva de los salarios.
-Dado que
esta capacidad es la que determina finalmente el volumen de la
producción, se recurrió al crédito generalizado para evitar el
desplome.
-La deuda de
las familias contagió a empresas y estados.
-Cuando el
monto total se hizo insostenible, comenzó la crisis.
Por lo que
estamos atrapados en un bucle perverso.
Restricción del crédito
= Estancamiento o Recesión.
Se comprende
lo delicado de la situación. Atendiendo al esquema
liberal-conservador,
la única salida posible es conseguir que las deudas se extingan, e
intentar reiniciar el ciclo. Digerir las deudas implica pagar las
existentes, y no contraer otras nuevas (recortes, restricción del
crédito), lo cual requiere su tiempo. En esa fase nos encontramos.
Para acelerar el proceso, tendrán lugar quitas
o ampliación de plazos en todos los niveles
de la economía, además de maniobras contables destinadas a
compensar la disminución del valor de los activos de la banca.
Todo ello
supondrá un largo periodo de penuria
para amplias capas de la población, retrocediendo el estándar
de vida en una o más décadas.
No hay que
descartar tropiezos que rompan el precario equilibrio mundial, en
forma de contestación social, crisis de deuda, pánico bursátil o
burbujas incontrolables,
pero si el capitalismo consigue reiniciar el
sistema, se enfrentará a las consecuencias de un proceso implacable:
en el ínterin, la tecnología
habrá desarrollado nuevas y eficaces maneras de producir cualquier
cosa que se pueda vender.
La necesidad
de fuerza de trabajo habrá disminuido y con ello la capacidad de
consumo. Y el eterno dilema capitalista (¿a quién vender?)
volverá a la casilla de partida.
Por lo que
en el fondo, estamos en crisis porque el
actual diseño productivo-financiero es incapaz de gestionar
correctamente la tecnología disponible (y previsible).
O de otra manera. Las líneas maestras de lo que hoy conocemos fueron
trazadas tras la II Guerra Mundial, tomando como referente un nivel
tecnológico muy diferente al actual.
A poco que
se reflexione, se comprende que lo raro, lo extraordinario sería que
con cambios tan importantes en las raíces de la economía, el
tinglado pudiese seguir manejándose con los métodos de siempre
Visto desde
este ángulo, la afirmación liberal-conservadora
de que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades, suena a broma de mal gusto. Si
el crecimiento se ha sustentado en deuda, ha sido porque ellos lo
decidieron, o más bien, porque dada su absoluta aversión a un
reparto equitativo de las rentas, no tenían otro mecanismo a su
alcance. En cuanto hemos dejado de vivir por
encima de nuestras posibilidades, el sistema
se ha parado.
Sus nuevas
consignas son: no basta con recortar, es
necesario también estimular. Y sobre todo:
es imperativo que el crédito retorne a la
economía real. O sea, vuelta a las andadas.
Con el agravante de que simultáneamente se imponen políticas
destinadas a mermar la capacidad adquisitiva de los asalariados.
¿Creen realmente que en estas condiciones, el ciclo deuda-consumo
puede volver a funcionar como en los viejos y buenos tiempos?
Sospechamos que no. Barruntamos (más bien nos tememos) la existencia
de un plan B, que poco a poco se irá revelando a la población.
En cuanto a
los socialdemócratas,
su desfondamiento ideológico es clamoroso. La crisis los cogió con
las vergüenzas al aire, pues hacía mucho que no entraba en sus
cálculos que el capitalismo pudiese sufrir un accidente de
importancia. La desregulación financiera
propició una política crediticia suicida. Efectivamente,
la que sirvió para crecer, la que llevó a exclamar al señor
Rodríguez Zapatero en 2006 “España ha
entrado en la Champions League de la economía”.
Por su
parte, la izquierda
tiene razón al afirmar que el aumento de las
desigualdades propiciado por las políticas neoliberales está en el
origen de la crisis. Pero suele obviar que si
estas políticas se pudieron imponer, si Margaret Thatcher pudo
someter a los sindicatos y Reagan y siguientes otorgar infinitas
ventajas fiscales a los más ricos, se debió a que sobraba mano de
obra, y se sabía que iba a sobrar mucha más. Sin este presupuesto,
la dirigencia capitalista se
habrían visto obligada a negociar, tal y
como lo había hecho en el pasado. De nuevo la tecnología.
Más allá
de esta consideración, la izquierda
(especialmente la sindical) debe revisar su relación con el hecho
tecnológico, pues es heredera de una concepción de la
cultura del trabajo que está siendo
ampliamente superada por los hechos.
Y es que los
hechos están superando y cambiando muchas cosas, entre otras, el
significado de conceptos tan añejos como dinero,
ahorro y trabajo. De eso hablaremos en otra
ocasión.
¡Es la
tecnología, estúpido! El siguiente gráfico
recoge la evolución del número de habitantes del planeta. Se
observa un cambio brusco del ritmo de crecimiento a partir de la
revolución tecnológico- industrial.
Fuente FAO
Luego, somos
hijos, o más bien productos de la tecnología.
Sin ella, la mayoría de nosotros no estaríamos aquí. Que el factor
tecnológico es determinante se evidencia en el hecho de que no
estamos dispuestos a prescindir él. Salvo fuerza mayor, jamás
aceptaremos volver a segar a mano, descargar camiones al hombro,
caminar kilómetros para ir al colegio o prescindir de la
electricidad.
Se
entenderá que opinemos que a lo largo de esta
crisis la atención se ha focalizado en
exceso en lo
financiero, cuando es
seguro que, para bien o para mal, lo que permanecerá será lo
tecnológico.
Seguiremos informando.
______________________________________________________________
1 El
Crahs del 2010. Santiago Niño Becerra. PG. 14.
www.loslibrosdellince.com.
Más elaboración propia.
2
A los interesados en este aspecto ver El fin de la era del
trabajo .Jeremy Rifkin. Paidos Ibérica. Barcelona 1996.
Contundente. No todo avance tecnológico es desarrollo. La asimilación de nuevos instrumentos de producción deben estar acompañados de cambios en la estructura general, a nivel social (laboral), político y hasta ético(es lo que pienso). Me deja pensando en dos cosas: primero, jornadas laborales menores a las 8 horas; y segundo, el caso de Islandia, su heterodoxia. Primera vez que paso por el blog, pero encantado. Llegué por el twitter, ahora los sigo por el blog (Lo dejo en plural porque fue lo primero que se me ocurrió, extraño).
ResponderEliminarhola que tal! estuve visitando tu blog y me pareció interesante, Me encantaría enlazar tu blog en los míos y de esta forma ambos nos ayudamos a difundir nuestras páginas. Si puedes escríbeme a guaridadelingeniero@yahoo.com o entrar en mi blog......
ResponderEliminarsaludos