martes, 11 de septiembre de 2018

HUELLAS / Nayma Herráiz





  
        Apoyo el pie donde haya hueco para asegurar el siguiente paso.

Que importa lo que el camino que no aguanta más pisadas tenga que decir ¿Es que acaso hablan los huecos? De momento ningún agujero me ha escupido a la cara.


Huellas desesperadas por aplastar otras que no se les parezcan, y si la tierra se las traga y no las vuelve a escupir ...: mejor al fin y al cabo ¿ a quién le importa la tierra y lo que ella nos cuenta hoy en día?


Túneles subterráneos. Huellas domesticadas, para que parezca que van donde ellas quieren, llaman más la atención cuando estas acostumbrado a que tu pisada parezca que todavía es tuya y no del animal que la olfatea, la taxidermia de las huellas que siempre vuelve, porque ¿Qué mejor manera que hacer que los cerdos pisoteen la hierba de camino al matadero? Sino ¿creen que existiría camino alguno o incluso matadero? Animales que deciden pero no olfatean, que pisan pero no rastrean, libres de decidir su propia correa, porque son jueces y donde hay jueces hay verdugos y donde hay verdugos hay condenados. Animales acostumbrados a sangrar pero sobre todo a disfrutar viendo correr la sangre ajena, que deleite ver como los otros se caen. Se equivocan, yo me equivoco pero ... lo que va después de un pero vale lo de la cifra antes del cero, para estos animalillos.


Se creen muy sabios y muy conscientes pero se negaron a rastrear y disecaron sus propias huellas para que otros como ellos las venerasen mientras quitaban las malas hierbas. Confundieron la valentía con el miedo y olvidaron las raíces de los árboles que mucho tiempo atrás les habían servido de cobijo. Olvidaron también que cuanta más diversidad más nutriente. Que a la tierra le gustan las cosas diferentes. Si no existirían idénticas más allá de la mente humana, que no puede resistirse a comparaciones.


Muy poco experimentada sería la vida de aquel que no temblase, al compararse con las más pequeña de las montañas como si el ser grande o pequeña fuese solo una cuestión de tamaño.


Entonces nació el hombre y sus patrañas como medida de todas las cosas. Modelo que con tales medidas: cargadas de todos los atributos que ha ido acumulando desde por qué no? la Antigua Grecia, si pusiese un pie en la Cibeles aplastaría a cualquier figurín como a un insignificante gusano de seda.


Algo sólido necesitaban estas débiles criaturas para sentirse seguras.


Esta fue una época de invento-descubrimientos muy prolija. Aparecieron : el yo, el nosotos, la mente, la inteligencia, el sedentarismo, los sacrificios, la agricultura y la ganadería, lo privado, el asesinato. Dejaron de vivir la vida para preocuparse por la muerte y trasmitir esta preocupación de generación en generación. Al ser marionetas de sus propios miedos, tenía que alimentarlos a toda costa, como un títere da de comer a su titiritero. Y que mejor entrante que un sujeto que pueda narrar una historia con carne humana. Una buena armadura el yo, tan flexible como todas las infinitas cosas que puedo decir después, pero también tan afilado como flechas de obsidiana capaz de atravesar la carne más curtida.


¿Qué tendrían en común el yo de Alejandro Magno y el de mi abuela María Nieves sino el límite entre algo que soy yo y el resto de las cosas? Al fin y al cabo necesitamos límites para vivir ...


A raíz del miedo creyeron extirpar su parte animal para desterrarla más allá de los límites del yo. Y así comenzó la lucha infinita contra ellos mismos y el resto de seres. Para disminuir las fuerzas de sus adversarios lo midieron, etiquetaron y envasaron en inmensos recipientes llamados conocimientos, para aislarlos de todo lo demás, alejándolos, debilitándolos, colocándolos por debajo de ellos. Para estar a salvo construyeron inmensas ciudades, donde ni un mosquito sale con vida a no ser que lleve una correa. Desfile de lustrosos amarres, cada uno con su opinión sobre la combinación perfecta, pero sin duda el de ribetes azules con incrustaciones de oro es superior. Ya nunca más se trataron a ellos mismos como animales, pero seguían siéndolo, sin saber que lo eran



La Candelaria de Adeje

                                                                                                  Fernando Herráiz Sánchez.                 ...

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