martes, 17 de abril de 2012

ANIMALES: LA MANO EN EL FUEGO.




  En el académico y poco práctico (vitalmente hablando) panorama filosófico actual, seguimos jugando con prejuicios que se alojan en lo invisible. Puede que exista uno tan cercano que sólo nos requiera una rascada: el remoto e insondable prejuicio de creernos mejores, más capaces para la supervivencia que el resto de animales.
¡Oh, nosotros los que dimos a cada cosa su nombre! ¡Oscuros símbolos tiranos-prisiones! ¡Y qué nombre! ¡Qué nombres de finales! Las palabras agotan y aburren a todo lo efímero. ¿Qué sería de una hoja sin su nombre? Seguiría siendo. Pero.., ¿por qué me ahogo entre las palabras si son la llave de la inmortalidad? Nietzsche no iba mal encaminado. Hemos creído doblegar hasta al más fiero de los animales a través de nuestro peculiar cantar. ¡Oh sí, demasiadas palabras, demasiada purga en ellas! Nos donan la inteligencia, la especialización cerebral y la posibilidad de ser a imagen y semejanza de Dios, una suerte de mascota de Hollywood que anima a los mortales a ser buenos a base de escopetazos.  Pero, ¿tanta especialización cerebral? ¿En nombre de qué?

Ya en su sexta edición, Darwin intuía que se le vendría encima el darwinismo social, por lo que trató de hacer frente a las críticas de los defensores del libre albedrío. Éste biólogo ha sido mal interpretado por la mayoría de la filosofía posterior: su concepto central es el de supervivencia. No obstante, el darwinismo social siempre ha querido extrapolar el armazón conceptual biológico de su obra al estudio de las sociedades humanas. Y lo ha hecho relacionando el concepto de supervivencia con el de lucha. La supervivencia ha pasado a significar la lucha por la supervivencia. Mi pregunta es: ¿lucha contra qué? ¿Contra el resto de especies? ¿Contra la naturaleza en general? O quizá extrapolándolo al ámbito social, ¿contra el resto de miembros de nuestra propia especie?


La supervivencia, en la teoría de las especies, lejos de significar lucha hace alusión al concepto de adaptación al entorno donde el ser natural desarrolla sus capacidades. De hecho, cuando Darwin habla de las especies sociales hace hincapié en su coherente cooperación para la supervivencia. De todos modos, nunca especificó qué medios son más eficientes en mismos (más adaptativos) para tal propósito.
Se trata pues de una cuestión de biología cuantitativa y no cualitativa. Como naturalista, no le interesa decir o saber qué cualidades son mejores: si la inteligencia, el olfato, o la capacidad para no respirar durante mucho tiempo; sino si se trata de la capacidad adecuada para sobrevivir. Y si lo es, ¿por qué cambiarla?
Los medios no cambian funcionan: miren a las hormigas. Permanecen inalterables desde que las recordamos históricamente; de hecho estaban aquí mucho antes que nosotros. Por tanto, desde el punto de vista de la supervivencia, no hay inconveniente en considerarlas superiores. Peronuestras cualidades nos ciegan.

En la filosofía académica potente de hoy, uno de los últimos eslabones perdidos es Heidegger. Pensaba que los animales no ex-sistian en el sentido de que no poseían significatividad. Es decir, no podían ir haciéndose, pues ya tenían un destino pre-fijado. Mucho antes que él, Leibniz ya oponía la estrecha libertad humana de elegir el mayor bien de entre las posibilidades que ofrece el intelecto divino a la naturaleza animal, representada por el asno de Buridán, el cuál, guiado por la razón suficiente, moriría de hambre antes de decidirse entre dos platos de comida rigurosamente iguales.
Hasta mediados del siglo pasado era moneda corriente pensar que los animales no tenían sentimientos ni preferencias, hasta el punto de que podían morir de hambre antes de tomar una decisión. Hoy parece que algunos inamovibles siguen negando la historia vital que compartimos con estos seres, y las incontables observaciones que se han hecho al respecto. Como poco, les asiste el derecho a la duda filosófica y dejar abierta la posibilidad de una INTELIGENCIA NO HUMANA. Negar que lo animales (excepto, por supuesto nosotros) posean mundos significativos resulta antifilosófico, y lo más importante: antiriguroso. Estudios, tesis, documentales, muestran cómo cada especie tiene un lenguaje heterogéneo y formas diferentes de manifestarlo.

El determinismo es una corriente filosófica que, aunque acuñada hace varios siglos, estuvo latente desde mucho antes. Postula que los seres humanos, igual que otros animales, estamos condicionados natural o cerebralmente para hacer lo que hacemos: es decir, el sujeto cuando actúa no puede hacerlo de otra manera. Lo que significa que la libertad subjetiva o la posibilidad de decisión es una mera estrategia imaginativa. Hoy continua la interminable polémica entre los defensores del libre albedrío, y aquellos que creen que la determinación humana puede abrir nuevas vías a una filosofía científica.
A vosotros los que abogáis por una autentica ciencia filosófica, sabed que primero tendréis que engordar el concepto de ciencia equiparándolo al de naturaleza, olvidar sus raíces anacrónicas, y el hecho que la ciencia deviene históricamente de la religión y de la filosofía. Y cuando lo hayáis hecho, entonces en el saco sin fondo de las ciencias hallareis cualquier cosa.
Amigos míos, una cosa es interdisciplinariedad y otra muy diferente extrapolar los conceptos y métodos científicos al ámbito social. ¿Es que todavía tenemos fe en el método científico para acabar con las desigualdades sociales? ¿Es que todavía creemos que una sociedad se la puede mantener bajo condiciones de experimento? No se puede negar la importancia de los trabajos sociológicos, sin embargo no me fío de aquellos que olvidan detalles tan científicos como el principio de incertidumbre de Heisenberg.
Lo cierto es que la polémica metafísica no ha terminado. Me pregunto, ¿por qué si hemos dedicado siglos y siglos al debate metafísico sin llegar a conclusión alguna, tenemos tan claro que los animales son seres determinados? Cabría recurrir al Heidegger de: ¿qué es el ser? , pero nos conduciría a un callejón sin salida: la respuesta ya está contenida en el enunciado.
Es decir, podemos formular una pregunta (a modo gadameriano) estamos sumergidos en determinados prejuicios históricos que nos posibilitan precisamente el preguntar por esta o aquella cosa. A Gadamer le interesan estos prejuicios que iluminan u oscurecen la conciencia histórica en diferentes épocas. En este sentido, ¿qué diferencia a los seres humanos del resto de animales?
El asunto viene formando parte de la filosofía desde siempre. La referencia más clara podemos encontrarla en The Anima, compendio de física aristotélica donde desarrolla su teoría sobre las almas a partir de la pregunta: ¿qué tienen en común todos los seres humanos para ser diferentes de todos los animales? A lo cual respondió: EL LOGOS, es decir habla, lógica y lenguaje.

Bien, los seres humanos tenemos un lenguaje diferente al resto de los animales, pero es claro que cada especie o individuo se comunica de modo diferente. Por tanto, un lenguaje más especializado o dominante no implicaría que fuese mejor por ser el más complicado que hemos encontrado en la naturaleza. El mejor, según Darwin, sería aquella habla o comunicación que haya sido capaz de sobrevivir durante más tiempo; por lo que las ballenas o los cocodrilos nos llevarían ventaja vital.
Por otro lado, cuando preguntamos que tienen los seres humanos en común, implica preguntar qué tienen en común el resto de animales. Es la misma pregunta, sólo que pone de relieve el supuesto conceptual del que se nutre la oposición entre lo humano y lo animal. Es decir, cuando la formulamos de este otro modo, advertimos que incluye la respuesta, pues presupone que TODOS LOS ANIMALES tienen algo en común que los diferencia de TODOS LOS HUMANOS. Y sólo se puede contestar mediante la apelación a cualidades que creemos propiamente humanas, y además cuanto más abstractas, mejor: la moral, la cultura, el lenguaje, la razón etc. Luego, la respuesta sólo puede existir negando a los animales todas aquellas características que previamente hemos supuesto como propias del ser humano. Por tanto, los rasgos de los que carecen dependerán en última instancia de las cualidades fijas que nos hayamos atribuido a nosotros mismos.

Hoy en día, después de Heidegger y en plena post-modernidad, el modelo de sujeto es precisamente la falta de modelo. Es decir, la existencia humana se caracteriza precisamente por no estar dada de una vez y para siempre, sino por estar en constante construcción. La tesis existencialista es la que mejor convive, y menos chirría con la conciencia histórica-filosófica actual, y a pesar de ello, no logra apartarse de la oposición conceptual entre lo animalcarente de conciencia de finitud y lo humanocuya naturaleza es precisamente decidir entre posibilidades vitales que tiene a su vez que ir construyendo.
No soy de las que creen que la domesticación falaz de lo desconocido sea intrínseca a la filosofía Occidental. Por estos lares contamos con poetas de lo inabarcable que hacen de lo desconocido un río imposible de medir. Lo que creo es que tal domesticación no nos favorece ni filosófica ni vitalmente. ¿Cómo es posible que hayamos olvidado preguntar por lo desconocido? ¿Es que tenemos miedo de que exista algo (inteligente o no) que nos supere, que no podamos aprehender y por tanto no podamos controlar? ¿Tal vez por ello la empresa hollywoodiense esté tan preocupada por los extraterrestres?

Nayma Herráiz Coca
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