En
el académico
y poco
práctico
(vitalmente
hablando)
panorama
filosófico
actual,
seguimos
jugando con
prejuicios que
se alojan
en lo
invisible.
Puede
que exista
uno tan
cercano que
sólo nos
requiera una
rascada: el
remoto e
insondable
prejuicio de
creernos
mejores, más
capaces para
la
supervivencia
que el
resto de
animales.
¡Oh,
nosotros los
que dimos
a cada
cosa su
nombre!
¡Oscuros
símbolos
tiranos-prisiones!
¡Y qué
nombre! ¡Qué
nombres de
finales! Las
palabras
agotan y
aburren a
todo lo efímero.
¿Qué sería
de una
hoja sin
su nombre?
Seguiría
siendo. Pero..,
¿por qué
me ahogo
entre las
palabras si
son la
llave de
la
inmortalidad?
Nietzsche no
iba mal
encaminado.
Hemos creído
doblegar hasta
al más
fiero de
los animales
a través
de nuestro
peculiar
cantar. ¡Oh
sí,
demasiadas
palabras,
demasiada purga
en ellas!
Nos donan
la
inteligencia,
la
especialización
cerebral y
la posibilidad
de ser
a imagen
y semejanza
de Dios,
una suerte
de mascota
de Hollywood
que anima
a los
mortales a
ser buenos
a base
de
escopetazos.
Pero…,
¿tanta
especialización
cerebral? ¿En
nombre de
qué?
Ya
en su
sexta edición,
Darwin intuía
que se
le vendría
encima el
darwinismo
social, por
lo que
trató de
hacer frente
a las
críticas de
los defensores
del libre
albedrío. Éste
biólogo ha
sido mal
interpretado
por la
mayoría de
la filosofía
posterior: su
concepto
central es
el de
supervivencia.
No obstante,
el darwinismo
social siempre
ha querido
extrapolar el
armazón
conceptual
biológico de
su obra
al estudio
de las
sociedades
humanas. Y
lo ha
hecho
relacionando el
concepto de
supervivencia
con el
de lucha.
La
supervivencia
ha pasado
a significar
la lucha
por la
supervivencia.
Mi pregunta
es: ¿lucha
contra qué?
¿Contra el
resto de
especies?
¿Contra la
naturaleza en
general? O
quizá
extrapolándolo
al ámbito
social…,
¿contra el
resto de
miembros de
nuestra propia
especie?
La
supervivencia,
en la
teoría de
las especies,
lejos de
significar
lucha hace
alusión al
concepto de
adaptación al
entorno donde
el ser
natural
desarrolla sus
capacidades. De
hecho, cuando
Darwin habla
de las
especies
sociales hace
hincapié en
su coherente
cooperación
para la
supervivencia.
De todos
modos, nunca
especificó qué
medios son
más eficientes
en sí
mismos (más
adaptativos)
para tal
propósito.
Se
trata pues
de una
cuestión de
biología
cuantitativa y
no cualitativa.
Como
naturalista, no
le interesa
decir o
saber qué
cualidades son
mejores: si
la
inteligencia,
el olfato,
o la
capacidad para
no respirar
durante mucho
tiempo; sino
si se
trata de
la capacidad
adecuada para
sobrevivir. Y
si lo
es…,
¿por qué
cambiarla?
Los
medios no
cambian sí
funcionan:
miren a
las hormigas.
Permanecen
inalterables
desde que
las recordamos
históricamente;
de hecho
estaban aquí
mucho antes
que nosotros.
Por tanto,
desde el
punto de
vista de
la
supervivencia,
no hay
inconveniente
en
considerarlas
superiores.
Pero…
nuestras
cualidades nos
ciegan.
En
la filosofía
académica
potente de
hoy, uno
de los
últimos
eslabones
perdidos es
Heidegger.
Pensaba que
los animales
no ex-sistian
en el
sentido de
que no
poseían
significatividad.
Es decir,
no podían
ir haciéndose,
pues ya
tenían un
destino
pre-fijado.
Mucho antes
que él,
Leibniz ya
oponía la
estrecha
libertad humana
de elegir
el mayor
bien de
entre las
posibilidades
que ofrece
el intelecto
divino a
la naturaleza
animal,
representada
por el
asno de
Buridán, el
cuál, guiado
por la
razón
suficiente,
moriría de
hambre antes
de decidirse
entre dos
platos de
comida
rigurosamente
iguales.
Hasta
mediados del
siglo pasado
era moneda
corriente
pensar que
los animales
no tenían
sentimientos ni
preferencias,
hasta el
punto de
que podían
morir de
hambre antes
de tomar
una decisión.
Hoy parece
que algunos
inamovibles
siguen negando
la historia
vital que
compartimos con
estos seres,
y las
incontables
observaciones
que se
han hecho
al respecto.
Como poco,
les asiste
el derecho
a la
duda filosófica
y dejar
abierta la
posibilidad de
una
INTELIGENCIA NO
HUMANA. Negar
que lo
animales
(excepto, por
supuesto
nosotros)
posean mundos
significativos
resulta
antifilosófico,
y lo
más
importante:
antiriguroso.
Estudios,
tesis,
documentales…,
muestran cómo
cada especie
tiene un
lenguaje
heterogéneo y
formas
diferentes de
manifestarlo.
El
determinismo es
una corriente
filosófica
que, aunque
acuñada hace
varios siglos,
estuvo latente
desde mucho
antes. Postula
que los
seres humanos,
igual que
otros animales,
estamos
condicionados
natural o
cerebralmente
para hacer
lo que
hacemos: es
decir, el
sujeto cuando
actúa no
puede hacerlo
de otra
manera. Lo
que significa
que la
libertad
subjetiva o
la posibilidad
de decisión
es una
mera estrategia
imaginativa.
Hoy continua
la interminable
polémica entre
los defensores
del libre
albedrío, y
aquellos que
creen que
la
determinación
humana puede
abrir nuevas
vías a
una filosofía
científica.
A
vosotros los
que abogáis
por una
autentica
ciencia
filosófica,
sabed que
primero
tendréis que
engordar el
concepto de
ciencia
equiparándolo
al de
naturaleza,
olvidar sus
raíces
anacrónicas, y
el hecho
que la
ciencia deviene
históricamente
de la
religión y
de la
filosofía. Y
cuando lo
hayáis hecho,
entonces en
el saco
sin fondo
de las
ciencias
hallareis
cualquier cosa.
Amigos
míos, una
cosa es
interdisciplinariedad
y otra
muy diferente
extrapolar los
conceptos y
métodos
científicos al
ámbito social.
¿Es que
todavía
tenemos fe
en el
método
científico
para acabar
con las
desigualdades
sociales? ¿Es
que todavía
creemos que
una sociedad
se la
puede mantener
bajo
condiciones de
experimento? No
se puede
negar la
importancia de
los trabajos
sociológicos,
sin embargo
no me
fío de
aquellos que
olvidan
detalles tan
científicos
como el
principio de
incertidumbre
de Heisenberg.
Lo
cierto es
que la
polémica
metafísica no
ha terminado.
Me pregunto,
¿por qué
si hemos
dedicado siglos
y siglos
al debate
metafísico sin
llegar a
conclusión
alguna, tenemos
tan claro
que los
animales son
seres
determinados?
Cabría
recurrir al
Heidegger de:
¿qué es
el ser?
, pero
nos conduciría
a un
callejón sin
salida: la
respuesta ya
está contenida
en el
enunciado.
Es
decir, podemos
formular una
pregunta (a
modo
gadameriano) sí
estamos
sumergidos en
determinados
prejuicios
históricos que
nos posibilitan
precisamente el
preguntar por
esta o
aquella cosa.
A Gadamer
le interesan
estos
prejuicios que
iluminan u
oscurecen la
conciencia
histórica en
diferentes
épocas. En
este sentido,
¿qué
diferencia a
los seres
humanos del
resto de
animales?
El
asunto viene
formando parte
de la
filosofía
desde siempre.
La referencia
más clara
podemos
encontrarla en
The
Anima,
compendio de
física
aristotélica
donde
desarrolla su
teoría sobre
las almas
a partir
de la
pregunta: ¿qué
tienen en
común todos
los seres
humanos para
ser diferentes
de todos
los animales?
A lo
cual respondió:
EL LOGOS,
es decir
habla, lógica
y lenguaje.
Bien,
los seres
humanos tenemos
un lenguaje
diferente al
resto de
los animales,
pero es
claro que
cada especie
o individuo
se comunica
de modo
diferente. Por
tanto, un
lenguaje más
especializado o
dominante no
implicaría que
fuese mejor
por ser
el más
complicado que
hemos
encontrado en
la naturaleza.
El mejor,
según Darwin,
sería aquella
habla o
comunicación
que haya
sido capaz
de sobrevivir
durante más
tiempo; por
lo que
las ballenas
o los
cocodrilos nos
llevarían
ventaja vital.
Por
otro lado,
cuando
preguntamos
que tienen
los seres
humanos en
común, implica
preguntar qué
tienen en
común el
resto de
animales. Es
la misma
pregunta, sólo
que pone
de relieve
el supuesto
conceptual del
que se
nutre la
oposición
entre lo
humano y
lo animal.
Es decir,
cuando la
formulamos de
este otro
modo,
advertimos que
incluye la
respuesta, pues
presupone que
TODOS LOS
ANIMALES tienen
algo en
común que
los diferencia
de TODOS
LOS HUMANOS.
Y sólo
se puede
contestar
mediante la
apelación a
cualidades que
creemos
propiamente
humanas, y
además cuanto
más
abstractas,
mejor: la
moral, la
cultura, el
lenguaje, la
razón etc.
Luego, la
respuesta sólo
puede existir
negando a
los animales
todas aquellas
características
que previamente
hemos supuesto
como propias
del ser
humano. Por
tanto, los
rasgos de
los que
carecen
dependerán en
última
instancia de
las cualidades
fijas que
nos hayamos
atribuido a
nosotros
mismos.
Hoy
en día,
después de
Heidegger y
en plena
post-modernidad,
el modelo
de sujeto
es precisamente
la falta
de modelo.
Es decir,
la existencia
humana se
caracteriza
precisamente
por no
estar dada
de una
vez y
para siempre,
sino por
estar en
constante
construcción.
La tesis
existencialista
es la
que mejor
convive, y
menos chirría
con la
conciencia
histórica-filosófica
actual, y
a pesar
de ello,
no logra
apartarse de
la oposición
conceptual
entre lo
animal “carente
de
conciencia
de
finitud”
y lo
humano “cuya
naturaleza
es
precisamente
decidir
entre
posibilidades
vitales
que
tiene
a
su
vez
que
ir
construyendo”.
No
soy de
las que
creen que
la
domesticación
falaz de
lo desconocido
sea intrínseca
a la
filosofía
Occidental. Por
estos lares
contamos con
poetas de
lo inabarcable
que hacen
de lo
desconocido un
río imposible
de medir.
Lo que
sí creo
es que
tal
domesticación
no nos
favorece ni
filosófica ni
vitalmente.
¿Cómo es
posible que
hayamos
olvidado
preguntar por
lo desconocido?
¿Es que
tenemos miedo
de que
exista algo
(inteligente o
no) que
nos supere,
que no
podamos
aprehender y
por tanto
no podamos
controlar? ¿Tal
vez por
ello la
empresa
hollywoodiense
esté tan
preocupada por
los
extraterrestres?
Nayma
Herráiz
Coca
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