viernes, 9 de marzo de 2012

El mundo de Murakami


(...Los dos se quedaron mirando de pie, delante de la taquilla de la estación de Shinjuku. Fukaeri lo miraba a la cara mientras lo agarraba de la mano. La gente pasaba apresurada alrededor de ambos. Como la corriente de un río...)
   Haruki Murakami
                                                         


Haruki Murakami ejerce sobre mi un extraño sortilegio, cuando leo uno de sus libros cualquier cosa me parece posible, empiezo a entender conceptos tan abstrusos como los gusanos del tiempo y los agujeros negros, me veo a mi misma trascendiendo más allá de la vida cotidiana donde todo está medido, pensado y delimitado genética y socialmente, desde mucho antes de que mi bisabuelo inseminara a mi bisabuela. El tiempo se dobla como un pañuelo, camino por un estanque lleno de nenúfares muy digna de tener en cuenta, puedo entrar en el fondo de un pozo retirar la escalera y no sentir ni pizca de miedo, los monstruos más peligrosos son los que habitan en nuestro pensamiento, en nuestros recuerdos y en las situaciones sin resolver que se enquistan bajo los pliegues de la memoria y acuden a asustarnos a poco que reine la oscuridad y el silencio.
Si antes no era capaz ni de alongar mi cabeza en dirección al pozo, leyendo a Murakami, me veo dentro de él como Kafka su personaje “de Kafka en la orilla”, mis manos de pronto se vuelven dúctiles o duras como el mármol en función del conflicto que toque resolver, lo mismo sucede con los sabores o los olores, Murakami nunca deja un fleco sin resolver, sus criaturas son elegantes y comen frugalmente, son limpias , parcas y enfrentan el mal, que siempre se encuentra justo debajo de la riqueza la opulencia y el éxito social, será por eso que yo quisiera vivir por siempre en una novela suya, entrar en ese minimalismo existencial donde el pensamiento preside el milagro de las cosas que suceden pero no se descuida el equilibrio de todo lo que se ve y se toca, la elegancia que adorna a cualquier personaje de Murakami en el vestir o en sus gustos intelectuales tal vez es solo su álter ego que necesita de toda esa armonía para no despegar más allá de la realidad y entrar definitivamente en ese gusano espacio tiempo que él conoce tan bien.
El mundo de Murakami tiene un orden muy similar al que tenían mis mundos creados en el espacio exacto donde me encontraba en cada momento cuando era niña, era capaz de recrear mi hábitat completo en el hueco de una escalera, en el asiento de una guagua, o en una esquina de la consulta del médico mientras esperaba, mi mente se entretenía creando un lugar para vivir, desafiando las leyes de los espacios y los volúmenes, como si yo misma fuera elástica y estuviera rodeada de objetos de la misma naturaleza.
Literariamente declaro que amo a Murakami por sobre todas las cosas.
 
                                                         Juana Santana
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jueves, 8 de marzo de 2012

Sin destino


  Otra pequeña brisa que llega hasta mi olfato, proveniente del portal que genera estruendo al ingresar otro condenado. Una turbia sensación fría y grisácea con aroma a encierro más que a libertad. Invadiendo mis dos únicos sentidos y sentenciándome a otro ciclo cumplido en este andurrial. Así mido el tiempo, porque no puedo ver el día o la noche. Mi etéreo cuerpo se siente pesado, y desganado. El infinito tiempo es más frustrante que el perpetuo lugar. Pues no estoy encerrado, más bien perdido en un desierto sin fin, que en lugar de tinieblas posee una abundante luz, tan radiante que me cegó los ojos del alma hace muchas brisas. Vago sin rumbo y a veces me estanco.
  Un castigo corporal y doloroso sería menos humillante, que la eterna soledad de moverse sin tiempo y espacio. Otra brisa que se oye a lo lejos. ¿Por qué no puedo advertirlos? si ellos están condenados al mismo sitio. Mis pensamientos son cada vez más humanos, como alguna vez lo fui. Sigo desplazándome por el desierto, sin convicción aparente de que encontraré algo, o nada. Aquí estoy en un mundo infinito, encerrado, donde los límites no terminan ni en millones de brisas trasladándome, y dónde éstas no se hacen más claras o más lejanas. Pues siguen allí, perturbándome, como si no me hubiese movido nunca y tan sólo lo imaginara. No siento dolor, ni sed de venganza. 

  No percibo paz ni puedo palpar el camino. No veo, y tan sólo olfateo y oigo el susurro latente de una corriente, que marca mi indefinido tiempo y me tortura más y más con su insignificancia. ¿Qué más tormento que la ignorancia total, no del mundo, sino del universo entero? Si alguna vez puedo salir de aquí será por alguien más. Y eso es aún más degradante que mi interminable destino de desdicha. Otra brisa más. Es la tercera. Se ha cumplido un día más en esta prisión. Y continuo deambulando, pues ni siquiera tengo el don del agotamiento. Sólo de mi rutinario caminar sin fin.
Marinyo Adorian
http://marinyo-adorian.blogspot.com/

sábado, 3 de marzo de 2012

Así es


El áspero aliento de la cordura acecha tras la rendija que se deja ver entre la inmanencia y la nostalgia. La pantalla en blanco y negro, los días, el sabor dormido de la felicidad.
Cavar una fosa y vomitar. Cerrar la fosa y volver a vomitar por si queda algo. Así es.
Así somos tu y yo. Yo y tu, diferentes pero iguales, como toda aquella muchedumbre que nos mira. Protagonistas desvirtuados de una vida no elegida pero sí muy bien interpretada, usamos las banderas o las barreras cuando viene al caso, el miedo nos cala los talones.
Huimos orgullosos de la imagen que devuelve el iris ajeno, por no aceptar la humillación de postrarnos ante la muerte y vanagloriarla en su eterna victoria. Besar uno a uno sus huesudos pies y aceptar la derrota. Por lo menos mientras la lozana juventud nos sonroje las mejillas, luego ya veremos.
Ella nos miraría, sólo con las cuencas, pues ojos no tiene, ni falta que le hace porque ella lo puede ver todo, como lo pueden ver todo las madres, que incluso en la distancia presienten las angustias de sus hijos, porque de ellas salimos, somos de su carne, conocen todas y cada una de nuestras esquinas. Ella nos miraría con esa desdichada compasión y prometería protegernos, siempre. Nunca nos abandonaría. Y así es.
Corremos, nos negamos a abdicar, queremos trascender. Trascender para no morir, morir obviando que de hecho, morimos desde siempre. Divertida farsa que nos priva de cavar una fosa y vomitar.
Y así somos tu y yo. Yo, tu y la muchedumbre que vemos desde aquí, perdidos entre la inmanencia, la nostalgia y ese áspero aliento que nos acecha tras la rendija. Tan diferentes y tan iguales, con los talones calados todos. Bien, ya está. Cierro esto. En breve volveré a vomitar, por si queda algo.


La Candelaria de Adeje

                                                                                                  Fernando Herráiz Sánchez.                 ...

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