Foto: Pedro Torres |
(...A
veces, cuando me acuesto y me dispongo a dormir me viene a la cabeza
la idea de la muerte, no como un peligro o un miedo a que me pase
algo concreto en ese momento, sino como la única realidad que
conocemos, esa idea me intranquiliza, me incomoda, me angustia,
entonces me digo a mi misma que de nada sirve rebelarse ante los
hechos consumados, eso y el sueño, me ayudan a pasar el mal momento.
La
muerte es como esos camiones inmensos cargados de cemento, que te
encuentras en las autopistas, van dejando una estela blanca y una
nube de polvo contadora de historias de la nada, de lugares
inhóspitos donde hombres cansados y desaliñados descargan toneladas
de cemento para construir ciudades o carreteras, lugares solitarios,
secos y rodeados de alambradas y polvaredas, los intuyo ansiosos y un
poco angustiados por haber terminado haciendo esta vida y no otra más
respirable.
Otras
veces, la muerte, te toca con los nudillos en la ventana de la
duermevela para recordarte que es ella la única, la verdadera reina
de la Creación, la que te ha acompañado desde tu nacimiento.
Observar a la gente bebiendo
sola en los bares, al tiempo que mete monedas de manera convulsiva en
las máquinas tragaperras, me producen la misma ansiedad que los
camiones, almas en pena en transito por esta vida, anónimos,
fracasados. Esta antesala de la muerte para ellos es un verdadero
infierno, donde no pueden dominar sus impulsos, no tienen quién les
escuche, en realidad se retuercen de dolor pero nadie parece verles.
También está la vieja demente
que se sienta cada tarde en la plaza, frente al parque donde juegan
los niños,repite continuamente: «soy vieja y caprichosa, soy vieja
y caprichosa», Su marido un viejo que conserva aún su cordura la
acompaña, recrimina y cuida como si fuera una niña pequeña.
Observo desde mi mesa en la
terraza del bar, tomándome una cerveza, todo este ir y venir de
dolor con la soberbia y autosuficiencia que me da mi autonomía o
esta tregua que he firmado con la muerte, me va a permitir tomar nota
de todas estas cosas y contarlas, de la manera más bella posible, el
dolor humano a veces tiene una belleza brutal, ¿será lo que subyuga
a los poetas? me gusta pensar que en el fondo siendo la más errante
de todas las almas solo permanezco aquí impasible ante este dolor
tomando una cerveza porque se me ha encomendado contarlo.
Mi
tesoro está en la caja de las lavativas anales, en la balda más
baja de la librería, la construí con una caja de botas altas que me
encontré en la basura, me gustó porque era lo suficientemente
grande como para hacerle un doble fondo, debajo el tesoro y arriba
una pera de agua y un frasco blanco que solo contiene agua, la pera
nunca la utilicé realmente, solo tiene un papel disuasorio por si
vienen a registrar mi cuarto cuando no estoy, no me fío ni un pelo
de mi casero, seguro que es de los que husmea en las habitaciones de
sus inquilinos cuando salimos, él vive allí y no tiene más
ocupación que cobrarnos el alquiler, hacer labores de mantenimiento
y especular sobre nuestras vidas, aunque de este extremo no estoy
convencida, el asco y la repulsión que puede producir la sola
palabra lavativa es una garantía de que Pablo, el casero, no pondrá
sus manos en mi tesoro.
Fue
muy amable conmigo cuando le alquilé la habitación, es un hombre
espigado, puede rondar los sesenta años, me lo encuentro en plena
bajada en el escalafón social, seguro que se crió en lugares mucho
más lujosos que este mamotreto gris, esta es su caída del cielo de
los privilegiados al mundo real. A pesar de su ocupación actual,
hospedar a seres errantes y solitarios que no pueden permitirse nada
mejor y que poca gente echará de menos cuando se mueran, se ve que
en otro tiempo frecuentó lugares más glamurosos.
Racismo, clasismo, son actitudes
que se esconden tras un ligero barniz de modernidad y anchura de
miras, afloran al primer golpe de aire, ante la más leve amenaza de
usurpación, ante la más elemental reivindicación de igualdad en lo
profundo, a todo el mundo le gusta llevar a un negro, una india o un
artista sin recursos a sus fiestas, infiere un punto de progresismo,
un caché mundano difícilmente sustituible por una planta carnívora
o un plato de insectos caramelizados.
He
sido víctima de esas actitudes encubiertas en muchas ocasiones, en
cuanto bajaba la guardia y empezaba a sentirme de verdad integrada en
cualquier grupo humano de esta catadura, a pesar de que puedo pasar
por una blanca burguesa, tarde o temprano acaban descubriéndome y
teniendo hacia mi alguna actitud discriminatoria, hiriente, más o
menos encubierta con alguna disculpa educada pero que mi sensibilidad
extrema lo percibe aún antes de que suceda, desde que les está
pasando por la frente la idea de excluirme yo lo estoy notando, es
como si me clavasen un estilete en el corazón, pero a estas alturas
solo molesta un poco al primer empujón, como los agujeros de las
orejas cuando llevas tiempo sin usar zarcillos, duele un poco al
ponértelos pero la punta afilada encuentra el viejo camino horadado,
no es la primera vez que me clavan esos estiletes aunque a veces el
hueco parece que se ha cerrado, sobre todo si paso tiempo en guardia
y procuro no relacionarme ni crearme demasiadas expectativas de
sentimentalismo con las personas, a mi nadie me quiere de verdad y
eso es así, cuando hablo nadie me escucha con interés, no se cuando
me convertí en anécdota, supongo que seria nada más nacer en el
preciso momento que mi propia madre decide que yo seria una especie
de hija de segunda categoría, relegada siempre frente al hijo mayor
varón.
El
silencio es la mejor solución pero cuando eres joven, inteligente e
impulsiva difícilmente te callas, sin embargo qué descanso me
procura el silencio en este momento de mi vida, cuantos años han
tenido que pasar para aprender a callar.
Lo
bueno de este hostal es que no tengo que hablar con nadie, es un
edificio de dos plantas feo y rectangular, mi habitación está en la
primera planta, un largo pasillo con tres habitaciones a cada lado
lleva a un amplio ventanal al fondo desde donde se ve un jardín con
una Ceiba majestuosa que permanece en aquél patio erguida desde hace
siglos, sabedora de cosas.
Decía
Alejo Carpentier que en la Ceiba no anidaban nidos los pájaros
porque a ella no le interesaban los solos pífanos ni las músicas de
cámara, sino las sinfonías de los vientos viajeros que le narraban
la historia del mundo. ...)
JuanaSantana
*Fragmento
de mi próxima novela, que aún no tiene titulo definitivo.
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