(...Los
dos se quedaron mirando de pie, delante de la taquilla de la estación
de Shinjuku. Fukaeri lo miraba a la cara mientras lo agarraba de la
mano. La gente pasaba apresurada alrededor de ambos. Como la
corriente de un río...)
Haruki Murakami
Haruki
Murakami ejerce sobre mi un extraño sortilegio, cuando leo uno de
sus libros cualquier cosa me parece posible, empiezo a entender
conceptos tan abstrusos como los gusanos del tiempo y los agujeros
negros, me veo a mi misma trascendiendo más allá de la vida
cotidiana donde todo está medido, pensado y delimitado genética y
socialmente, desde mucho antes de que mi bisabuelo inseminara a mi
bisabuela. El tiempo se dobla como un pañuelo, camino por un
estanque lleno de nenúfares muy digna de tener en cuenta, puedo
entrar en el fondo de un pozo retirar la escalera y no sentir ni
pizca de miedo, los monstruos más peligrosos son los que habitan en
nuestro pensamiento, en nuestros recuerdos y en las situaciones sin
resolver que se enquistan bajo los pliegues de la memoria y acuden a
asustarnos a poco que reine la oscuridad y el silencio.
Si
antes no era capaz ni de alongar mi cabeza en dirección al pozo,
leyendo a Murakami, me veo dentro de él como Kafka su personaje “de
Kafka en la orilla”, mis manos de pronto se vuelven dúctiles o
duras como el mármol en función del conflicto que toque resolver,
lo mismo sucede con los sabores o los olores, Murakami nunca deja un
fleco sin resolver, sus criaturas son elegantes y comen frugalmente,
son limpias , parcas y enfrentan el mal, que siempre se encuentra
justo debajo de la riqueza la opulencia y el éxito social, será por
eso que yo quisiera vivir por siempre en una novela suya, entrar en
ese minimalismo existencial donde el pensamiento preside el milagro
de las cosas que suceden pero no se descuida el equilibrio de todo lo
que se ve y se toca, la elegancia que adorna a cualquier personaje de
Murakami en el vestir o en sus gustos intelectuales tal vez es solo
su álter ego que necesita de toda esa armonía para no despegar más
allá de la realidad y entrar definitivamente en ese gusano espacio
tiempo que él conoce tan bien.
El
mundo de Murakami tiene un orden muy similar al que tenían mis
mundos creados en el espacio exacto donde me encontraba en cada
momento cuando era niña, era capaz de recrear mi hábitat completo
en el hueco de una escalera, en el asiento de una guagua, o en una
esquina de la consulta del médico mientras esperaba, mi mente se
entretenía creando un lugar para vivir, desafiando las leyes de los
espacios y los volúmenes, como si yo misma fuera elástica y
estuviera rodeada de objetos de la misma naturaleza.
Literariamente declaro que amo a
Murakami por sobre todas las cosas.