
A pesar de su estrella nefasta Roberto al cumplir diecinueve años, marcado por la fatalidad o la buena suerte vuelve a sobrevivir cuando todo presagiaba lo contrario, esta vez a una guerra absurda como todas y cínica como pocas (la guerra de Las Malvinas).
Entretanto aparece un chino que no habla ni una palabra de castellano y al que marcó una vaca que cayó del cielo. Entre el chino y Roberto se crea un vínculo alrededor del cual gira todo el relato.
La crítica especializada ha relacionado esta Opera Prima de Sebastián Borensztein con Amelie, es cierto que comparten algunos elementos fantásticos como la vaca que a priori parece caer del cielo sin causa aparente o el carácter con rasgos autistas de Roberto, en un cuento chino, que pudiera tener alguna similitud con el de Amelie, en la cinta francesa, más allá de esos detalles creo que hay bastante distancia entre una película y otra, aunque en las dos hay una marcada componente fantástica, insertada de tal modo en lo cotidiano, que no necesita movernos de plano ni desafiar nuestro espíritu pragmático para manifestarse en toda su riqueza. La fantasía de ambas películas es de distinta naturaleza aunque al final los puntos de confluencia no sean tan diferentes.
Estos ingredientes mezclados y agitados convenientemente nos dan como resultado un personaje hosco, ensimismado, maniático, que tiene muchos problemas para comunicarse con los demás.
No en vano, la película empieza con un plano interminable de Roberto contando tornillos detrás del mostrador de una ferretería de barrio que podía tener más de doscientos años, no es fácil comunicar toda la riqueza y las contradicciones de un personaje, a priori antipático, pero que al tornillo cincuenta ya todos sabemos que es un gran tipo.
Lograr esta empatía con el público haciendo algo tan prosaico como contar tornillos precisa disponer de un gran actor y por supuesto Ricardo Darín lo es sin lugar a dudas, es un actor muy atractivo a pesar de no dar para nada la talla de galán al uso, no es un tipo que destaque por su apariencia atlética o fornida, no anda cuidadosamente rasurado y su rostro es un mapa donde se marca la vida, intensamente vivida, con sus arrugas sin subterfugios que nos lo hacen más cercano, la expresividad y belleza de su rostro no necesita trucos ni afeites para ser una apuesta segura en cualquier proyecto de cine con aspiraciones de calar en el público, por eso un cuento chino es también una historia de amor, como toda comedia que se precie y cuenta para ello con una Muriel Santa Ana que está soberbia dándole la réplica a un Ricardo Darín , atormentado, tierno y esquivo como la vida misma. El mejor y más creíble, como nos tiene acostumbrados en su larga carrera cinematográfica.
Para saber si el final es no feliz habrá que ir a verla, apostillo para concluir, que es una costumbre muy saludable ver cine que se salga de la factoría Hollywood, soy una entusiasta del cine en castellano sin importarme el país de referencia.
Juana Santana (La laguna- Tenerife)