A
Fernando Torres Hernández in memorian
Muerte,
atenazas traicionera
la luz de la mañana y escondes
las manzanas verdes del amor
para imponer por la fuerza
tu oscura pestilencia, tu presencia
temida. No esperes que te de
por buena, cuando disparas
sobre el pecho de un inocente
tu gélida bala de eternidad somera.
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foto: Pedro Torres |
Hoy me enteré que ha muerto Carson, el
último Hippi auténtico llegado a Isla Dromedaria desde California,
le veía siempre con su cesta de mimbre ir al mercado, de largo pelo
muy rubio y arrugados ojos azules evocaba un pasado lleno de música
progresiva, folk o rock, LSD y marihuana, tenia una memoria muy
selectiva que solo le permitía retener en ella los rostros de las
mujeres jóvenes y hermosas, las otras simplemente éramos invisibles
para él.
Tenia unos 60 años cuando apareció el
cáncer, desistió de usar quimio o radioterapia, no quiso luchar, me
enteré hoy pero hace más de dos años que partió a otra realidad,
una Arcadia llena de jovencitas hermosas sin ninguna duda.
Las últimas veces que le vi estaba en
el bar de la esquina, solo en una mesa con aire tristón, me fijé
que tomaba vino, luego salió fuera a fumar. Genio y figura.
Vivo en Isla Dromedaria sin saber muy
bien cómo he llegado hasta aquí, la fundación de la ciudad más
importante Dromedaria City se remonta a los locos años veinte cuando
un grupo de artistas autóctonos junto con algunos venidos de fuera
se asentaron en el Valle de la Región Putrefacta, llamada así por
estar a los pies de una gran colina bordeada por su frente por un
enorme pantano, en cuya rivera crecían amapolas silvestres, las
hierbas del diablo y tréboles de cuatro hojas.
Roque, el más viejo del lugar,
descubrió que ese valle lleno de flores silvestres, barrizales y
croar de ranas era un lugar muy idóneo para su plantación de
marihuana, pensado y hecho.
Aquí tenemos todo lo que necesitamos,
sobre todo los de mi generación que estamos cauterizados en alcohol
desde el principio de los tiempos, Isla Dromedaria es también
llamada Isla Espejo porque todos los hombres y mujeres que arribaban
a ella terminaban viéndose a si mismos y quienes no soportaban una
visión tan lúcida se arrojaban por un desfiladero del océano para
ahogarse en una agonía liquida y ser arrastrados de nuevo a la
isla por las olas, después se les daba otra oportunidad,
despertaban como de un largo sueño sin recordar nada y al volver a
mirarse de nuevo a si mismos reflejados en la isla aprendían a tener paciencia
con ese ser torpe y vengativo que les devolvía el espejo y era en
ese punto donde empezaban a vivir y a conocer las disciplinas básicas
de la isla, una de ella domesticar los relojes que habían traído
del Continente, alcahuetes y apremiantes, relajarlos y volverlos más
humanos, más acordes con los latidos del corazón.
Hoy me siento como si hubiera tenido un
amanecer de ortigas, la isla despierta inquieta. Carson había tocado
con Frank Zappa, Jimmy Page, Creedence
Clearwater Revival y muchos más en giras que le llevaron a
recorrer los Estados Unidos, para acabar aquí en el atlántico, en
la única isla donde cualquiera que se acerque por el bar Varsovia
puede hablar con el pescador que fue salvado por una sirena él te lo
cuenta con mucha naturalidad, Elena vio un reportaje en el Discovery
Channel que hablaba de sirenas encontradas por pescadores, ella
siempre creyó en sirenas, mucho antes de conocer al pescador o de
ver el Discovery Channel incluso mucho antes de que existiera el Bar
Varsovia que después de las doce cierra sus puertas y nos deja fumar
porros a quienes quedamos dentro.
En Dromedaria hacia tiempo que parecía
que no ocurría nada, hasta que se estrelló aquel meteorito contra
la cúpula de cristal de la plaza, cúpula que había construido el
arquitecto Piero Bazan un loco italiano que llegó a la isla huyendo
del paisaje devastado que dejó el terremoto de Sicilia, Piero no
podía soportar la visión de las estructuras construidas por los
hombres diezmadas en el suelo, sufrió una conmoción muy grande
generándole una profunda depresión, aconsejado por su psiquiatra se
enroló en un barco de mercancías que se dirigía a Cartagena de
Indias, pero los mareos y ese personaje azul inquietante que era el
océano propiciaron que en la primera escala del barco en Isla
Dromedaria saliera a tierra y se quedara con nosotros y nosotras.
Aquí conoció a Rosario cuya madre era
un monstruo , una serpiente venenosa que le decía desde muy pequeña
que hubiera sido mejor parir una rata en lugar de parirla a ella.
Rosario había llegado a Isla
Dromedaria procedente de Estocolmo con un viejo que había contratado
sus servicios como meretriz a tiempo completo, tardó cuarenta y un
año en perder la virginidad, se la vendió a este excéntrico
norteamericano afincado en Suecia donde Rosario había recalado como
asesora legal de la empresa norteamericana para la que trabajaba, el
viejo estaba muy enganchado a la marihuana y cuando le detectaron
una enfermedad degenerativa decidió terminar sus días con Rosario
en Dromedaria City.
Después de morir el viejo Rosario y
Piero comenzaron una tórrida historia de amor y en esas andan
actualmente.
En Dromedaria City nos afanamos en
cosas inútiles y absolutamente banales por regla general, cosas como
sacudirle los pelos de gato a un viejo y horroroso abrigo, de pronto
es esa tarea y no otra la más importante de nuestra vida.
Hoy, sin ir más lejos, pasé largo
rato observando a mi vecina desde la ventana, sacudía la chaqueta de
su hijo yonqui, como si logrando que desaparecieran los pelos de la
mascota adheridos a la chupa se obrase el milagro de la resurrección,
vi con lágrimas en los ojos como trataba de encontrar cierto orden
dentro del caos del hijo para tratar de reconducirlo, pobre mujer, se
le olvida que en Dromedaria no es posible resurrección alguna. Aquí
solo abundan los perfiles emboscados tras alguna mampara o celosía
de balcones y ventanales, siempre al acecho de la vida alrededor.
En Dromedaria igual que en otros muchos
lugares hay terrazas donde camareros vestidos de pingüinos sirven
cócteles muy rebajados de alcohol a hombre y mujeres de edades
avanzadas que emplean su tiempo en bailar ritmos picantes, latinos
en su mayoría, estos lugares están habilitados para el ocaso de los
sexos, de las vaginas resecas y los penes fláccidos, viéndoles
recuerdo que cada minuto que pierdo deseando que pase rápido por
anhelar cualquier suceso por venir, nunca más lo voy a poder vivir,
lo pierdo definitivamente, debo terminar con los planes y los
futuribles, vivir un presente perpetuo, para que no se escape la vida
como el hilo de agua que se malgasta en los grifos mal cerrados y que
gotean golpeando la cerámica haciendo un ruido enervante.
Enciendo la radio como cada mañana y
me entero por las noticias que se aproxima una tormenta borrascosa,
se han activado todas las alertas, el fiero oleaje aconseja no
acercarse mucho a la orilla del mar y protegerse del viento que
amenaza con enajenar a los pocos cuerdos que pudieran quedar en Isla
Dromedaria. Si los hubiera.
Juana Santana