«Pero
el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin
una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad
donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de
todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de
todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los
recuerdos.
Fragmento de Rayuela
Julio Cortázar
En España andábamos
en plena transición, indignados con la dictadura y asustados con el
ruido de sables que acompañaba a todos y cada uno de los actos de
reafirmación de nuestras libertades, al tiempo que esperanzados por
primera vez con algo llamado futuro, constructo que nuestros padres
nunca manejaron muy bien, asustados como estaban sobreviviendo a un
presente sombrío y triste cuando no aterrador.
Se nos
presentaba un futuro edulcorado y moderno envuelto en papel
couché con mujeres enseñando tetas turgentes, sesudos análisis
políticos de la actualidad o crímenes horrendos de la España
profunda, destinados a poblar nuestras pesadillas y nuestras
masturbaciones a escondidas de una Iglesia inquisidora, piedra de
sísifo particular de cada cual, en una escalada cotidiana al cielo
desde los más profundos abismos de la conciencia afiebrada por la
moral y la superstición. Igual que ahora la religión castrante
siempre al servicio del poder igualmente castrante.
Por aquel entonces
la revista Lib se ocupó de formarnos en materia de sexualidad, y el
periódico El Caso de los sucesos más sangrientos y morbosos.
España se llenó
de cartelería electoral y mucha gente salimos de la clandestinidad a
formar parte del voluntariado de una recién nacida democracia que
había que llevar en brazos, con mucho esmero como corresponde a
cualquier recíén nacido.
Leíamos mucho más
que ahora y uno de los libros que nos íbamos pasando de mano en mano era
Rayuela, recientemente ha cumplido cincuenta años, es más vieja que
nuestra democracia y sin embargo sigue latiendo fresca como gotas de
rocío en la cuerda del tiempo, con el perfume que tienen las
palabras alineadas de forma que construyen universos únicos y
perfectamente reconocibles por cada cual, y que a cada cual le evoca
su propio olor, a saber el olor de la esperanza, del amor, del miedo.
No necesita saber mucho más que el conocimiento que emana de Rayuela
ni transitar muchos más senderos intrincados para aprehender que
estamos vivos, desnudos y vulnerables frente al amor, la muerte o la
lucha por los derechos y la dignidad.
En Rayuela también
está la belleza, la poesía, el arte, la música. Es Julio Cortázar
el hacedor de un mundo completo, con todo detalle y con absoluto
conocimiento de la naturaleza humana.
Se cumplen cincuenta
años de Rayuela y quienes la conocimos en plena adolescencia
compartida, la nuestra y la de la novela, asistimos al
desmoronamiento del mundo que creímos construir entonces, los reyes
resultaron ser villanos, Roma si pagaba traidores y ningún político
tuvo nunca los bolsillos de cristal como decía en aquel entonces
Enrique Tierno Galván.
Es tan hermosa y
perfecta Rayuela que han pasado cincuenta años y permanece fresca ,
lúcida y erguida en el solar de nuestra estupefacción.
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