Llevaba tiempo
deseando vivir en primera persona la fiesta de los Indianos de Santa
Cruz de La Palma, celebrada cada año el lunes de Carnaval, las
noticias que me llegaban de esa fiesta, las imágenes y mi gusto por
la música tradicional cubana que es la que suena ese día por todo
Santa Cruz, se mezclaba por mi profundo amor por La Habana, ciudad
que conozco muy bien y donde la música parece brotar de los
adoquines como los hierbajos por pavimentos poco transitados.
Convencí a Pedro,
mi compañero, y se lo propuse a Riitta y Juhani unos buenos amigos
finlandeses afincados en Tenerife que aman profundamente nuestra
tierra, sus gentes y sus tradiciones, a veces más que nosotros
mismos. Ellos, como
nosotros no conocían la fiesta de los indianos y yo, aunque parece
mentira, era la única del grupo que tampoco tenia el gusto de
conocer La Palma. Era un viaje
planificado a última hora por lo que, además de pagar los billetes
de barco más caros que nadie, tuvimos que ir sin reserva alguna de
alojamiento, con una caseta de campaña y unos sacos de dormir en la
furgoneta, rogando al Universo encontrar algún camping libre aunque
fuera en un punto alejado de la capital, cosa que no sucedió, porque
no había ni una cama libre, ni un hueco en toda la isla, es tal la
repercusión de la fiesta de Los Indianos que la población de la
isla se triplica esos días, en Santa Cruz de La palma pasa de los
veinte mil habitantes a cincuenta mil.
Llegamos a la isla
dos días antes y desde el puerto pusimos rumbo al Norte de la isla,
a medida que subíamos íbamos entrando en una carretera con muchas
curvas y que ascendía dejando ver un paisaje de cuento, con una
niebla fina que le daba apariencia encantada a una vegetación
arbórea abundante y muy verde. Caía una fina
llovizna que me evocaba un cosquilleo ancestral en lo profundo de mis
vísceras, retrotrayéndome a mi infancia lluviosa en el La Laguna,
con todos los sabores agridulces que se agolpaban de pronto en la
garganta dejándome muda, me enamoré de la isla inmediatamente. A
partir de ahí todo lo que vino después no hizo más que reforzar mi
fascinación primera, empezando por la gente, que nos daba opción a
acampar sin problemas en sus terrenos particulares o en playas.
La primera noche
acampamos de noche en los aledaños del Faro de Las hoyas, en La
Bombilla un asentamiento del Suroeste de la isla, llegamos de noche
por lo que alumbrados por los faros de la furgoneta y con algunas
dificultades y después de matarnos de risa conseguimos armar la
caseta , cenamos y nos tomamos una botella de vino, al despertar por
la mañana pudimos disfrutar de una panorámica impresionante, el
océano siempre enigmático y una costa escarpada y recortada de
riscos, suspendidos en una terraza rocosa que daba al océano por
delante, el faro a un costado y detrás y alrededores plantaciones
plataneras por todas partes.
En nuestro segundo
día decidimos visitar Santa Cruz, faltaba un día para los Indianos
pero ya la capital parecía impaciente porque llegaran , mucha gente
ataviada con ropa blanca , las calles llenas de banderolas cubanas,
la música, anunciaban lo que sucedería al día siguiente y que
sucede cada año desde la década de 1920. aunque no fue hasta el año
1966 cuando Los Indianos se integran de pleno derecho en el programa
del carnaval Palmero.
A media tarde
decidimos que debíamos buscar un lugar para acampar y después de
cierto peregrinaje si éxito por diferente lugares fuimos a parar en
Barranco del Carmen, donde preguntamos a unos pescadores que viven
por allí si nos dejaban acampar, la respuesta fue la más amable y
cálida que pudiéramos desear, gente hospitalaria donde las haya,
nos ofrecieron café y ducharnos en sus casas si lo deseábamos y
además nos vendieron por un precio más que razonable tres kilos de "viejas" recién pescadas que hicieron que nuestra segunda noche
tuviéramos una cena deliciosa y memorable a la orilla del mar.
Nos despertamos ya
en Lunes de Carnaval y nos ataviamos con nuestros trajes blancos, y
nuestras alhajas, nos maquillamos y peinamos con cuidado y colocado
nuestros sombreros adornados con flores nosotras y los típicos
panameños ellos.
Teníamos tanta
prisa y tanta emoción que llegamos muy temprano a desayunar a la
Alameda vestidos de Indianos, éramos casi los primeros, poco a poco
iban apareciendo más y más hasta que a eso de las once de la mañana
la calle estaba abarrotada de gente vestida con trajes blancos de
lino, sombrillas de encajes, guayabera, profusamente enjoyadas y
había quien portaba maletas de piel cargadas de billetes y riquezas
o jaulas con animales exóticos, y quien venían hasta con una
extensa comitiva de sirvientes de raza negra.
La profusión de
gente crece por minutos e invade todas las calles, nos dirigimos a La
Plaza del Ayuntamiento donde una orquesta tocaba música cubana para
amenizar La Espera, uno de los actos principales es recibir a la
Negra Tomasa junto con su familia en el Puerto y acompañarla hasta
la plaza donde ella en el balcón se contonea a ritmo de Guarachas,
Guajiras y Guaguancó y saluda a la concurrencia que la aclama
enfervorizada. Miles de personas
esperan emocionadas cada año a este personaje, que desde 1992 se
ha ido convirtiendo en una parte fundamental de la fiesta. Gastamos una pequeña
fortuna en comprar polvos de talco, la ciudad entera se sumerge en
una nube blanca de polvo, bañados íntegramente en polvos de talco
vamos dando y recibiendo este oloroso castigo por toda la ciudad, a
ritmo de Son y bebiendo mojitos.
El ritual de
empolvarse con Talco el Lunes de Carnaval se asienta en documentos
que se remontan al siglo XVII, Hay diferentes teorías con respecto a
este asunto pero la más plausible parece ser la que habla de las
raíces en los rituales Ñáñigos cubanos, que para para blanquearse
la piel usaban polvos de Talco. También se habla en
otros documentos de que a la llegada de los barcos procedentes de
Cuba a puerto, empolvaban a los pasajeros para evitar la
propagación de enfermedades tropicales que pudieran traer. El Indiano era el
Palmero que retornaba después de hacer fortuna en Cuba y lo hacia
con mucha altanería, ataviado con finas ropas de lino, blancas
inmaculadas, sombreros y joyas y cargados con maletas llenas de
dinero y alhajas, a una Canarias pobre y deprimida que los recibía
con admiración y un sinfín de cotilleos e historias que venían a
trastocar y amenizar el tranquilo discurrir de la vida isleña, y que
hoy en día se conserva porque si hay algo que te hechiza de la Isla
de La Palma es su tranquilidad, la sensación de fluir al margen de
las mediciones terrestres del tiempo, que en la isla parece detenerse
en un dulce sopor, un letargo del que no quisieras salir nunca mas.
En los años 80 los
Polvos de Talco y la parodia de Los Indianos se unen espontáneamente
y dan lugar a la fiesta tal y como la conocemos hoy. Sin poder dejar de
mencionar que también existe gracias a estrechos vínculos
culturales, económicos y afectivos que unen la Isla de La Palma y a
Cuba, por los movimientos migratorios que han tenido lugar en ambos
sentidos durante siglos.
Regresamos exhaustos
de la fiesta y ahítos de Polvos de Talco a nuestro campamento en
barranco del Carmen a descansar.
P.Torres |
Al día siguiente
volvimos a la bombilla después de visitar la Caldera de Taburiente,
y armamos nuestro campamento esta vez de día y en un rincón todavía
mejor que el anterior, presentamos nuestros respetos a el océano y
al majestuoso faro, cenamos, tomamos una buena botella de vino con
una cálida conversación entre buenos amigos y dormimos hasta el día
siguiente.
Teníamos que
dirigirnos al Puerto y embarcar para nuestras respectivas rutinas,
con la nostalgia anticipada de quien sabe que va a ser separada de
aquello que ama y a esas altura ya yo me había enamorado
irreversiblemente de la Isla de La Palma.
Pero no nos fuimos
sin hacer una visita fugaz a la zona de los volcanes: rodear el
Volcán de San Antonio, admirar desde lejos el de Teneguía y la
zona geológica mas joven de España.
Dicen que casi todos
los momentos mágicos y gratos en la vida surgen espontáneamente sin
planearlos y creo que es verdad.
Juana Santana
Fotografías: P.Torres