
Llega a mis manos el primer libro
de poemas de Margarita Santana: El verbo que te dice tiempo* y tardo
algún tiempo en decidir si estoy ante los restos de una fiesta o los
restos de un naufragio, la autora te mete de pronto y sin piedad en el
paisaje devastado del desamor, perfecta alquimista de la palabra como
es, te muestra el dolor en su estado más salvaje con la idea y la
palabra que lo describe con exactitud casi matemática como debe ser la
buena poesía, es sin duda un lugar común a todos y todas los que alguna
vez amamos con furia y fuimos abandonados en el momento justo que
creíamos tocar el cielo, es un trabajo hermoso, salvaje y duro de leer.
Se
agotan las palabras de tanto tratar de entender, buscando en la
semántica la definición última de tanta soledad, porque no hay soledad
más cruel que la que siente la autora cuando sabes que la amada se ha
ido, aunque su cuerpo permanezca todavía a su lado, en el poema número
dos “pálpito”, la autora es consciente de esta tragedia, sin embargo, en
lugar de prepararse para la inminente partida, permanece terca, más
entregada que nunca porque no entiende la vida sin ella.
Una vez
aceptada la realidad llega el tiempo del recuento, de juntar los pedazos
del ego martirizado por el abandono y el recuerdo más recurrente son
los pies “fugitivos” que se alejan buscando otro espacio, cuando el
dolor sobrepasa lo soportable la amante se aferra a imágenes recurrentes
que la sostengan en una realidad conocida, esos pies que se alejan
forman una estampa soberbia que nos da una idea aproximada del dolor de
la ausencia y del esfuerzo por mantener la cordura, fijando la vista en
algo corpóreo para no despegar de la realidad definitivamente.
La
vida sigue y el tiempo lo cura todo pero a veces es tramposo y la
arrastra a la misma orilla donde siguen estando “las caracolas” como
fósiles del amor que fue.
Nunca leí una descripción más exacta de
la desolación como en el quinto poema, la profundidad del desamor es
tan honda y oscura que sólo el sueño que se invoca en el “arrullo” puede
aliviar tanto dolor estéril.
Muere y se resiente en “azul amargo” lo hace una y otra vez hasta quedar “exhausta” y desear descansar al fin en el no sentir.
Pide
a la amada que le permita ahogarse, para poder de esta manera seguir
amándola en el fondo, en “la hondura” brumosa, oscura donde el amor
muerto nunca volverá y sólo es oscuridad y silencio.
Finalmente se remonta y se vislumbra al fin la luz, entonces es tiempo de pedir una tregua, se admite que:
Sé
que ya no te quiero
de
tanto quererte y romperme
contra
los pétalos y las alas de mariposa
que
siempre amé, efímeras y bellas,
lejos
de mi horizonte...
Se
ruega que acabe por fin el doloroso romance para poder recibir el
futuro, los nuevos horizontes y estar en condiciones de sentirse
“perpleja” al ver de nuevo a la amada, pasado el tiempo, surgir de entre
“las sombras de la que la amó”.
Todavía no es tiempo de llevar “flores a la tumba de lo que fue el amor de ambas” “ni la lluvia florecerá jamás contigo”.
*El verbo que te dice tiempo
& Anclajes Margarita Santana de la
Cruz editorial 23 Escalones 2010
Juana Santana