Fernando Herráiz Sánchez
lagunaoculta@gmail.com
La actual pandemia ha sacado del tablero de la opinión pública
hechos y aconteceres que han quedado arrumbados en una suerte de
universo informativo paralelo. Veamos algunos de ellos.
A mediados del
pasado febrero, cuando la sombra de la enfermedad ya se cernía sobre
Europa, tuvo lugar la 56 edición de la Conferencia de Seguridad de
Munich (CSM). Se trata de un foro internacional de carácter
“informal” donde desde los años 60 se hace un repaso anual de la
agenda mundial en cuanto a política, economía, sociedad…
Lo que comenzó
siendo una iniciativa netamente atlantista, con el tiempo se ha
convertido en punto de encuentro de La actual pandemia ha sacado del tablero de la opinión pública
hechos y aconteceres que han quedado arrumbados en una suerte de
universo informativo paralelo. Veamos algunos de ellos. multitud de líderes mundiales.
Este año no ha contado con la tradicional presencia de Ángela
Merckel, ejerciendo de anfitrión el ministro alemán de defensa. Sí
estuvieron el secretario general de la OTAN, los ministros de
exteriores ruso y chino, el presidente Emmanuel Macron, y un largo
etcétera que incluyó a 35 primeros ministros. La representación
norteamericana estuvo a cargo de la líder demócrata Nancy Pelosi, y
los secretarios Mike Pompeo y Mark Esper.
El debate se
articulo entorno a un informe titulado nada menos que
Desoccidentalización (Westlessness). Parece pues que la tan mentada
“decadencia de Occidente” esta vez va en serio. En este marco, el
punto de máxima fricción y repercusión mediática se produjo en
torno al asunto de la 5G. Mike Pompeo, flanqueado por Esper, afirmó
que había que expulsar a Huawei de Europa, por ser "un caballo
de Troya del Partido Comunista y de la inteligencia china”,
redondeando el discurso con un sonoro, “El enemigo es China”.
Wang Yi, ministro
chino de exteriores, respondió con parsimonia que el tema Huawei se
estaba sacando de contexto, y que en realidad se trataba de una
relación comercial como tantas otras. Pero lo significativo ocurrió
al día siguiente. Nancy Pelosi compareció en rueda de prensa y sin
pestañear se alineó con la postura de Pompeo y Esper, añadiendo
que "China está buscando exportar su autocracia digital a
través de su gigante de las telecomunicaciones Huawei". Wang
Yi preguntó a la presidenta de la Cámara de Representantes: “¿Como
explica que el gran número de multinacionales estadounidenses
establecidas desde hace años en China no hayan podido afectar a
nuestro sistema político, y que una única empresa nuestra suponga
una amenaza para el suyo”?
El rifirrafe fue muy
comentado, resaltándose que en el tema de la 5G no hay diferencia
apreciable entre Pelosi, en palabras de Trump, una marioneta de la
izquierda más radical que pueda imaginarse, y un ultraconservador
sionista- evangélico como Pompeo. Léase demócratas y republicanos.
Algunos entendieron
el incidente como un acto de patriotismo de Pelosi, pero fue unánime
la apreciación de que el asunto se enmarcaba en la pugna USA-China
por el liderazgo tecnológico mundial. Lo que ha sido escasamente
comentado, quizá por demasiado obvio, es que en la reunión de
Munich se evidenció que todos quieren la 5G, y la quieren ya. O
dicho de otra manera, los grandes poderes geoestratégicos, sin
distinción de credos, están de acuerdo en que esta tecnología debe
ser implementada en todo el planeta en un plazo cuanto más breve,
mejor. Pues, aunque no lo explicitan, y procuran no subrayarlo en
exceso, la consideran una paso estratégico-evolutivo necesario para
la humanidad. Consenso hay. El detalle está en como repartirse el
pastel.
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Pelosi
en la conferencia de Munich |
Así estaban las
cosas, cuando el 23 de abril, ya en pleno confinamiento, la empresa
SpaceX de Elon Musk anunciaba el lanzamiento de otra tanda de 60
satélites de la serie Starlink, destinados a proporcionar conexión
de banda ancha a la mayor parte del planeta. El proyecto prevé
poner en órbita más de 12.000 de estos artefactos en un plazo
todavía por determinar. A fecha de hoy, son 835 los que circulan
sobre nuestras cabezas, y los lanzamientos se suceden a buen ritmo.
Otras empresas anuncian proyectos semejantes, y en los próximos 5-7
años podríamos tener hasta 20.000 de estas máquinas voladoras.
El asunto se está
tomando con una naturalidad pasmosa. Solamente algunos asociaciones
de astrónomos han levantado la voz, pues los enjambres de Musk ponen
en peligro el trabajo de muchos de los grandes observatorios del
mundo. Para este gremio, el problema es serio y todo apunta a que
empeorará. De momento, SpaceX se ha limitado a pintar de negro las
últimas unidades que ha enviado al espacio.
Elon Musk, de 50
años, es ahora la estrella del firmamento tecnológico USA. Niño
prodigio, ingeniero, empresario hecho así mismo, fue conocido
mundialmente por su lanzamiento de los modelos Tesla de coches
eléctricos. Su gran éxito tuvo lugar en 2008, cuando la NASA le
encargó la construcción de un cohete capaz de abastecer la Estación
Espacial. El proyecto, de 1.600 millones de dólares, sufrió
diversas vicisitudes, y finalmente en mayo de este año el Falcón9
de Musk consiguió el objetivo deseado. La ocupación del espacio
circumterrestre entra en una nueva fase, sin una mínima legislación
o acuerdo internacional que dirima intereses que sin duda se van a
enfrentar muy pronto.
Ademas, Musk ha
presentado recientemente un proyecto de implante cerebral cuyo
objetivo es conectar el cerebro-mente del usuario con un ordenador.
Parece que aún está lejos de conseguirlo, pero este paso le ha
valido el título de visionario y el aplauso de la corriente
cientifista, y especialmente de su ala más radical, la
transhumanista, opción que se expande a buen ritmo entre la élite
tecnológica.
Se trata sin duda de
un personaje muy del gusto del público norteamericano, pero el
fenómeno parece ir más allá, a juzgar por la repercusión que su
figura ha tenido en las redes europeas. Próximamente se estrenará
una serie televisiva basada en su biografía.
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Satélites Starlink |
Estamos pues ante
una revolución tecnológica en toda regla, que se ha visto
considerablemente acelerada por la irrupción de la pandemia. De
momento se adivinan algunos campos en los que ya está teniendo unas
repercusiones notables.
--El teletrabajo y
el telestudio.
--El comercio por
internet
--La reducción y
limitación de los pagos en efectivo.
--Las redes 5G y de
banda ancha.
Estos rubros están
siendo publicitados y promocionados en los principales medios de
comunicación, presentándolos implícitamente como intrínsecamente
buenos y deseables. Es corriente escuchar expresiones como “España
se sacude el atraso que acumulaba en el sector de compras por
internet”, “El trabajo en casa, además de ser ecológico,
facilita la conciliación familiar” o “Las universidades ponen a
punto sus redes telemáticas, pues se espera que la formación a
distancia se prolongue más allá del horizonte de la pandemia”.
Y todo ello sin un
mínimo debate sobre los efectos que la introducción masiva y
acelerada de estos desarrollos tecnológicos tendrá sobre el cuerpo
social. Para el público en general, el asunto se ha despachado
propagando el mensaje subliminal que viene a decir que como es nuevo
es bueno, y además todo el mundo lo hace.
En cuanto a la 5G,
el panorama es más confuso si cabe. No se ha aducido ninguna razón
relevante que justifique ni la necesidad imperativa, ni la premura,
ni la inversión necesaria para ponerla en marcha. Aparte de
contarnos que se podrán hacer operaciones quirúrgicas a distancia,
y que con el tiempo los coches podrán funcionar sin conductor, no
se advierten ventajas significativas para el ciudadano. Si, podremos
acceder a los contenidos mediáticos unos segundos más rápido, y
los juegos en red funcionarán mejor…, y poco más.
Se han levantado
voces que señalan que un argumentario semejante no justifica todo lo
que se mueve en torno a la 5G, pues es obvio que la mayoría de las
maravillas que nos prometen o son irrelevantes, o podrían alcanzarse
a corto plazo con la mejora paulatina de la redes ya existentes. Sin
decenas de miles de satélites, y un número incalculable de antenas
repetidoras. Y esto lo corrobora el hecho de que la mayoría de
usuarios de a pie que han probado la nueva tecnología a título
experimental, han manifestado su decepción al no advertir mejoras
sustanciales. El asunto se ha emborronado aun más, cuando en los
ambientes tecno-digitales se ha difundido la sibilina idea de que
efectivamente, no sabemos muy bien para qué sirve la 5G, pero una
vez puesta en marcha, la propia red generará su utilidad mediante
desarrollos que hoy no podemos imaginar.
Y el horizonte, o
más bien el corazón de esta Revolución es la Inteligencia
Artificial (AI). La adaptación del diseño de las redes neuronales
del cerebro humano al leguaje computacional, ha logrado que una
tecnología hasta hace poco futurista se convierta en cotidiana. Las
máquinas ya aprenden por si mismas y toman decisiones para las que
no han sido específicamente programadas.
Desde el punto de
vista informático, el paso era inevitable. Una vez conseguido el
manejo y almacenamiento de cantidades ingente de datos (Big Data),
había que poner a alguien al mando, y la tarea excede con mucho las
capacidades humanas. En los grandes centros de computación se crean
algoritmos que se introducen en super-ordenadores. Los ingenieros
observan como la AI reconoce la materia prima (datos) y crea patrones
para manejarla. Las decisiones que toma la máquina dan lugar a
desarrollos lógicos, en general en línea con lo previsto, pero no
siempre. Tambien los hay de la clase de no buscados o deseados.
Este campo de la
informática también cuenta con su héroe visionario: Geoffry
Hinton. Profesor británico de 73 años, padre de la computación
basada en la redes neuronales, ha trabajado en multitud de
universidades anglosajonas y ha sido profusamente reconocido y
galardonado. En 2018 obtuvo el premio Turing, considerado el Nobel
de la informática. En la actualidad es vicepresidente Google. Pero
no todo fue un sendero de rosas.
En los 80 la AI
parecía estar en un callejón sin salida, y la mayoría de los
investigadores abandonaron esta línea de trabajo. Hinton continuó
la labor con pocos apoyos. En estos años se trasladó a Canadá, y
expresó su protesta por los desarrollos militares de la AI, opinando
que “podría ser utilizada por los gobiernos para aterrorizar a la
población”. En la década siguiente creó una sólida comunidad
de investigación, consiguiendo importantes avances que fueron ya
plenamente reconocidos a comienzos de siglo.
Siempre ha
manifestado dudas y reservas acerca del impacto social y psicológico
que acarrearía la implantación extensiva de esta tecnología, pues
cree que “es improbable que a la larga, entes de menor
inteligencia sean capaces de controlar a otros de mayor inteligencia”
En 2015 le preguntaron como era posible que sosteniendo tales
opiniones continuase investigando en este campo “Bueno, respondió,
te podría dar los argumentos habituales. Pero la verdad es que la
perspectiva de descubrir es demasiado dulce”
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Geoffry Hinton |
Bien, La Revolución
avanza, y en esta ocasión no es producto de un cientifismo ingenuo,
como ocurrió en la primera revolución industrial. Los que tienen
que saber, saben que el impacto va a ser duro y generalizado. El
viejo aforismo que dice claro que se destruirán empleos, pero se
crearán muchos otros, no está en absoluto garantizado, pues lo que
viene no tiene parangón con la introducción de la máquina de
vapor, el arado mecánico o la extensión del ferrocarril. Y no hay
que olvidar que la mayoría de los que vivieron aquellas
transformaciones no apreciaron los beneficios de las nuevas
tecnologías hasta un siglo más tarde.
El periodo 1770-1870
fue para las flamantes sociedades industrializadas el de las
jornadas de 14 horas, el trabajo infantil, el trasvase acelerado de
población del campo a la ciudad, el hacinamiento del proletariado,
la represión armada de huelgas y manifestaciones…, y las guerras
civiles europeas de 1870 y 1914.
“En los distritos
fabriles es corriente que los padres envíen a trabajar a sus hijos e
hijas a los siete u ocho años, en invierno y verano, a las seis de
la mañana, a veces cuando aún es de noche a veces con escarcha y
nieve, para ir a las fábricas, que a menudo tienen una elevada
temperatura y una atmósfera poco beneficiosa. [...] Están rodeados
de otros niños en las mismas circunstancias...,” Robert Owen
(1815) Observaciones sobre el efecto del sistema de manufactura.
Los Gurús
tecnológicos son perfectamente conscientes de que la completa
digitalización de la sociedad implica que primará la lógica de las
máquinas computacionales. De la misma manera que la Big Data conduce
inevitablemente a la Inteligencia Artificial, la extensión de esta
conducirá a un siguiente paso que será igualmente ineludible, a
riesgo de desmembrar la sociedad. Los intereses y la capacidad de
decisión de la población quedarán en un discreto segundo plano.
Gente como Hinton y otros lo intuyen, pero…
En los 70 y antes,
se especulaba sobre una posible rebelión de las máquinas, y se
concluía que por mal que se pusieran las cosas, siempre podríamos
desenchufarlas. En muy poco tiempo se evidenció el ingenuo optimismo
de tal aserto. Hace ya décadas que las computadoras que controlan
el tráfico aéreo y terrestre, los suministros de agua, gas y
electricidad, las centrales nucleares, la banca, la bolsa…, son
indesenchufables.
En el muy
recomendable documental El dilema de las redes, un grupo de
disidentes tecnológicos que recientemente han abandonado los staff
de gigantes como Google, Amazon, Facebook o Twitter, nos cuentan
reveladoras interioridades de sus antiguas empresas, y detallan el
tipo de experimentos que se están realizando en el campo de la AI.
Entre sus conclusiones se deslizó una apreciación inquietante: cada
vez menos técnicos entienden y conocen lo que están haciendo los
algoritmos. La Revolución está en marcha.