miércoles, 5 de octubre de 2011

El verbo que te dice tiempo de Margarita Santana de la Cruz




Llega a mis manos el primer libro de poemas de Margarita Santana: El verbo que te dice tiempo* y tardo algún tiempo en decidir si estoy ante los restos de una fiesta o los restos de un naufragio, la autora te mete de pronto y sin piedad en el paisaje devastado del desamor, perfecta alquimista de la palabra como es, te muestra el dolor en su estado más salvaje con la idea y la palabra que lo describe con exactitud casi matemática como debe ser la buena poesía, es sin duda un lugar común a todos y todas los que alguna vez amamos con furia y fuimos abandonados en el momento justo que creíamos tocar el cielo, es un trabajo hermoso, salvaje y duro de leer.
Se agotan las palabras de tanto tratar de entender, buscando en la semántica la definición última de tanta soledad, porque no hay soledad más cruel que la que siente la autora cuando sabes que la amada se ha ido, aunque su cuerpo permanezca todavía a su lado, en el poema número dos “pálpito”, la autora es consciente de esta tragedia, sin embargo, en lugar de prepararse para la inminente partida, permanece terca, más entregada que nunca porque no entiende la vida sin ella.
Una vez aceptada la realidad llega el tiempo del recuento, de juntar los pedazos del ego martirizado por el abandono y el recuerdo más recurrente son los pies “fugitivos” que se alejan buscando otro espacio, cuando el dolor sobrepasa lo soportable la amante se aferra a imágenes recurrentes que la sostengan en una realidad conocida, esos pies que se alejan forman una estampa soberbia que nos da una idea aproximada del dolor de la ausencia y del esfuerzo por mantener la cordura, fijando la vista en algo corpóreo para no despegar de la realidad definitivamente.
La vida sigue y el tiempo lo cura todo pero a veces es tramposo y la arrastra a la misma orilla donde siguen estando “las caracolas” como fósiles del amor que fue.
Nunca leí una descripción más exacta de la desolación como en el quinto poema, la profundidad del desamor es tan honda y oscura que sólo el sueño que se invoca en el “arrullo” puede aliviar tanto dolor estéril.
Muere y se resiente en “azul amargo” lo hace una y otra vez hasta quedar “exhausta” y desear descansar al fin en el no sentir.
Pide a la amada que le permita ahogarse, para poder de esta manera seguir amándola en el fondo, en “la hondura” brumosa, oscura donde el amor muerto nunca volverá y sólo es oscuridad y silencio.
Finalmente se remonta y se vislumbra al fin la luz, entonces es tiempo de pedir una tregua, se admite que:

Sé que ya no te quiero
de tanto quererte y romperme
contra los pétalos y las alas de mariposa
que siempre amé, efímeras y bellas,
lejos de mi horizonte...
  

Se ruega que acabe por fin el doloroso romance para poder recibir el futuro, los nuevos horizontes y estar en condiciones de sentirse “perpleja” al ver de nuevo a la amada, pasado el tiempo, surgir de entre “las sombras de la que la amó”.
Todavía no es tiempo de llevar “flores a la tumba de lo que fue el amor de ambas” “ni la lluvia florecerá jamás contigo”.

*El verbo que te dice tiempo & Anclajes  Margarita Santana de la Cruz editorial  23 Escalones 2010


                                                                                                                                                     Juana Santana


jueves, 4 de agosto de 2011

Un cuento chino o la vaca que cayó del cielo


     A veces una guerra, un parto desgraciado o una vaca caída del cielo, pueden marcar hasta el punto de ser capaces de dar carta de naturaleza al carácter de una persona. En un cuento chino Roberto (Ricardo Darín) sobrevive a todas las muertes cantadas, la primera de todas hubiera podido ser la del parto, donde todo se complica y la madre muere dejándolo solo con un padre que si bien no aparece físicamente en toda la cinta es determinante para el clímax de la historia, la presencia del padre se adivina en el marco donde se rueda, un lugar sombrío y decadente que se mantiene en pie gracias a las manías y los rituales obsesivos del protagonista, el espectador queda cautivado y entra sin dificultad en el mundo   sofocante de Roberto, mientras  pasan los minutos sin acción aparente  y hay que  ubicarse en él para poder entender el  principio de todo.
   A pesar de su estrella nefasta Roberto  al cumplir  diecinueve años, marcado por la fatalidad o la buena suerte vuelve a sobrevivir cuando todo presagiaba lo contrario, esta vez a una guerra  absurda como todas y cínica como pocas (la guerra de Las Malvinas).
  Entretanto aparece un chino que no habla ni una palabra de castellano y al que marcó una vaca que cayó del cielo. Entre el chino y Roberto se crea un vínculo alrededor del cual gira todo el relato.
  La crítica especializada ha relacionado esta Opera Prima de Sebastián Borensztein con Amelie, es cierto que comparten algunos elementos fantásticos como la vaca que a priori parece caer del cielo sin causa aparente o el carácter con rasgos autistas de Roberto, en un cuento chino, que pudiera tener alguna similitud con el de Amelie, en la cinta francesa, más allá de esos detalles creo que hay bastante distancia entre una película y otra, aunque en las dos hay una marcada componente fantástica, insertada de tal modo en lo cotidiano, que no necesita movernos de plano ni desafiar nuestro espíritu pragmático para manifestarse en toda su riqueza.  La fantasía de ambas películas es de distinta naturaleza aunque al final los puntos de confluencia no sean tan diferentes.
   Estos ingredientes mezclados y agitados convenientemente nos dan como resultado un personaje hosco, ensimismado, maniático,  que tiene muchos problemas para comunicarse con los demás.
  No en vano, la película empieza con un plano interminable de Roberto contando tornillos detrás del mostrador de una ferretería de barrio que podía tener más de doscientos años, no es fácil comunicar toda la riqueza y las contradicciones de un personaje, a priori antipático, pero que al tornillo cincuenta ya todos sabemos que es un gran tipo.
  Lograr esta empatía con el público  haciendo algo tan prosaico como contar tornillos  precisa  disponer de un gran actor y por supuesto Ricardo Darín lo es sin lugar a dudas, es un actor muy atractivo   a pesar de no dar para nada la talla de galán al uso, no es un tipo que destaque por su apariencia atlética o fornida, no anda cuidadosamente rasurado y su rostro es un mapa donde se marca la vida, intensamente vivida, con  sus arrugas sin subterfugios  que nos lo hacen  más cercano, la expresividad y belleza de su rostro no necesita trucos ni afeites para ser una apuesta segura en cualquier proyecto de cine con aspiraciones de calar en el público, por eso un cuento chino es también una  historia de amor, como toda comedia que se precie y cuenta para ello con una Muriel Santa Ana que está soberbia dándole la réplica a un Ricardo Darín , atormentado, tierno y esquivo como la vida misma.  El mejor y más creíble, como nos tiene acostumbrados en su larga carrera cinematográfica.
  Para saber si el final es no feliz habrá que ir a verla, apostillo para concluir, que es  una costumbre muy saludable ver cine que se salga de la factoría Hollywood, soy una entusiasta del cine en castellano sin importarme el país de referencia.
  Juana Santana (La laguna- Tenerife)

La Candelaria de Adeje

                                                                                                  Fernando Herráiz Sánchez.                 ...

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